29 de diciembre de 2023

MADRID 2023 (VISITA DE DICIEMBRE)

Nunca había viajado formando parte de un grupo... en teoría. En realidad, al acabar la EGB estuve con mis compañeros en Mallorca, y también fui de viaje de fin de carrera a Praga, en 2002. No obstante, este par de casos son muy especiales. Por eso, la experiencia de la pasada semana en Madrid ha sido como una especie de bautismo de fuego, en el inexplorado mundo de los viajes organizados. En efecto, durante tres días he estado en la capital de España con un montón de desconocidos, en el marco de una excursión montada por la empresa de turismo cultural Ispavilia.


Lo cierto es que yo nunca hubiera acabado en Madrid de tournée con Ispavilia por iniciativa propia. No descarto viajar, en el futuro, formando parte de algún grupo, para conocer sitios raros. Ahora hay agencias y guías que montan viajes de autor, y conozco gente que ha tenido experiencias muy positivas yendo en ese plan. Sin embargo, a Madrid, si no he ido cien veces, no he ido ninguna. No se me hubiera ocurrido pagar porque fueran conmigo. No obstante, mi madre me pidió que la acompañara. Ella participa habitualmente en las rutas de Ispavilia por Sevilla, pero no había viajado con Jesús Pozuelo, que es el alma mater de esa empresa. Por eso, no sabía como iba a estar organizada la cosa, y quería tenerme como referencia.


Ispavilia, desde hace un par de años, monta excursiones más o menos historiadas, pero no sabíamos qué tal estaban, y yo pensé que el de Madrid era una opción poco arriesgada para que mi madre probara. Además, a mí todo lo que sea viajar me encanta, aunque sea a sitios conocidos, y, realmente, las rutas guiadas que monta Jesús Pozuelo me divierten mucho. De algunas de las que ha organizado en Sevilla ya he hablado en este blog. Por eso, no me lo pensé dos veces. Le dije que sí a mi madre, sin dudarlo.

Luego, ha resultado que la experiencia ha sido cojonuda. He dejado atrás los prejuicios, y he comprobado que ir en un viaje organizado no tiene por qué ser lo mismo que ir en plan borrego, que es lo que no me gusta. En este caso, lo que hemos llevado ha sido un cicerone privado, que nos ha contado mil historias sobre lo que hemos ido viendo. Como he dicho, yo he ido en decenas de ocasiones a Madrid, y, pese a esto, esta vez he conocido cosas nuevas, y, además, he aprendido un montón sobre lo que sí había visto en el pasado. En ese sentido, el paquete incluía el transporte a Madrid, las visitas, las rutas y el alojamiento, pero las actividades no estaban montadas para tenernos en modo muñeco, es decir, que había libertad a la hora comer, y nos teníamos que mover por la ciudad en metro o andando. En ningún momento me sentí una marioneta en manos de ningún guía robotizado, de los que sueltan peroratas en plan papagayo. Por ello, voy a hablar de lo que hicimos en términos positivos. No significa eso que no vaya a referirme a los lunares, pero creo que va a quedar claro que los tres días en la capital han sido una gozada. 

Con la idea de no liarme, voy a dividir la narración en dos partes. Primero, voy a hablar de las dos rutas guiadas que hicimos, sin ser demasiado detallista, y después haré referencia a los museos en los que estuvimos, de manera independiente a los tours. Al final, como bonus, haré mención, de forma breve, al hotel donde dormimos, y a los sitios donde comimos. Aparte, dejaré para otro post la visita al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ya que es una pasada de lugar que se merece un mayor protagonismo.

Con respecto a los itinerarios, antes de nada le quiero dedicar unas palabras, a modo de introducción, a Jesús Pozuelo, que fue nuestro guía. Al principio, a Jesús se le iba un poco la pinza con las rutas, porque es una enciclopedia andante, y no siempre lograba controlar el caudal de información que transmitía. Al adquirir experiencia, sin perder lo bueno que tenía, ha aprendido a no irse por las ramas, y ahora es capaz de ajustar los tiempos y los recorridos con más habilidad, de manera que, en vez de acabar contigo, hace que sus circuitos turísticos se disfruten de principio a fin. Además, el tío le echa tanta energía, y destila tanta pasión por lo que hace, que es imposible no terminar contagiado por sus dotes de comunicador. Por eso, las dos rutas por Madrid han sido una maravilla. La primera, titulada La Madrid Árabe y Medieval, se centró en sus orígenes. La segunda, bautizada como La Madrid de los Austrias y el Barrio de las Letras, nos mostró el despegue de la ciudad en la Edad Moderna.

Porque resulta que Madrid nació musulmana. En efecto, su embrión está en un bastión militar, erigido en época del emir cordobés Muhammad I, allá por el siglo IX, en un promontorio, que se encontraba bien protegido de manera natural, y que se asomaba al Río Manzanares. La función original de la fortaleza era vigilar la ruta que llevaba desde el norte cristiano hasta Toledo, la antigua capital visigoda, atravesando la Sierra de Guadarrama. La nueva ciudadela se cercó, por supuesto. Contaba con un pequeño castillo y con un reducido caserío intramuros, al que se denominó Maŷrit. Con el tiempo, ese emplazamiento se convirtió también en el punto de partida de razias e incursiones, más allá de las fronteras de Al-Andalus.

En Madrid, hoy día, el lugar donde estaba ese bastión primigenio y su poblado anexo se corresponde con el sitio en la que se asienta la Catedral de la Almudena y el Palacio Real. Esa es la zona alta de la ciudad. Más allá de esos dos edificios, en dirección oeste, hay un precipicio


Abajo del barranco, en la actualidad, la ciudad sigue hacia occidente. En esa dirección hay varios barrios, y también se encuentra por allí la Casa de Campo, pero todo es bastante más moderno. En la zona alta, por contra, se halla el germen de Madrid. Por eso, en nuestra primera ruta nosotros empezamos en la Puerta del Sol, y nos fuimos acercando al lugar donde surgió Maŷrit. Enclaves como la Plaza de Isabel II o la Plaza de Oriente jalonaron el paseo, y sirvieron de escenario para que Jesús nos fuera contando cosas.



En esa primera ruta, tras dejar atrás la Plaza de Oriente empezó lo bueno, ya que, a partir de ahí, todo me resultó novedoso. Para empezar, ascendimos al Mirador de la Catedral. Había pasado mil veces a sus pies, y no sabía ni que existía ese punto.


Después, nos encaminamos hacia la Catedral de Santa María la Real de la Almudena. La misma se empezó a construir en 1883, por lo que el lugar donde está vio pasar muchos acontecimientos, antes de acoger a la sede de la Archidiócesis de Madrid. El templo se dio por concluido en 1993.


En su interior, yo ya había estado en 2017, pero no conocía su Cripta. A ella, se accede por el lado sur del edificio. Allí están enterrados unos cuantos personajes conocidos. Así, vi, por ejemplo, la sepultura de Carmen Franco, la hija de Franco, y también la de su marido, Cristóbal Martínez-Bordiú. Me resultó llamativo.


Tras el paréntesis, recuperamos el hilo conductor de la ruta, y volvimos a centrarnos en los orígenes de Madrid. Así, bajando en dirección a la vaguada que es recorrida por la Calle Segovia, contemplamos los restos de la Muralla Árabe de Maŷrit.


Antaño, extramuros de Maŷrit, en la mencionada vaguada de la Calle Segovia, había un arroyo, que desembocaba en el Río Manzanares. Hoy día, por donde corría ese riachuelo va la calle, que baja desde el centro de Madrid y atraviesa el Barrio Puerta del Ángel, convertida ya en el Paseo de Extremadura

Nosotros, tras ver la Muralla, descendimos a la Calle Segovia, y pasamos por debajo del Viaducto de Segovia. Por encima discurre la Calle Bailén, por la que yo he ido muchas veces. La novedad fue presenciar una nueva perspectiva del enorme puente.


Después de atravesar la Calle Segovia, subimos por la pendiente opuesta de la vaguada hasta La Latina. Este particular enclave no es un barrio oficial, pero su topónimo sirve para denominar a una zona que ya pertenece al Madrid más castizo. En ese lugar, se conformó el primer arrabal de la ciudad árabe, llamado Arrabal de San Andrés. Se encontraba fuera de las murallas, al otro lado del curso de agua que corría por la hondonada. En ese ensanche periférico se desarrolló una pequeña comunidad mozárabe (eran cristianos que vivían en territorio musulmán). No suelo coger imágenes de páginas ajenas, pero, en este caso, el siguiente mapa me viene tan bien para ilustrar la explicación, que lo voy a poner. Lo he sacado de un artículo, que está escrito por Juanfer Puebla en Pongamos que Hablo de Madrid. Esta es una publicación digital dedicada a la capital. En dicho mapa, se aprecia a la perfección dónde estaba el Arrabal de San Andrés (rodeado por un círculo que he hecho yo). También se ve que, en el siglo X, había dejado de ser el único suburbio.


En todo caso, en 1083 Maŷrit fue conquistada por Alfonso VI de Castilla, por lo que dejó, por primera vez, de ser una villa musulmana. Cuando la población pasó a manos castellanas, se levantó a su alrededor una segunda muralla, que ya sí englobaba a la totalidad de los arrabales que habían ido surgiendo. A partir de ahí, la ciudad no paró de crecer, como se aprecia en la siguiente imagen, que muestra como era Madrid en 1656. En ella, lo que fue el Arrabal de San Andrés vuelve a estar rodeado por un círculo negro. 


Pero ya he avanzado más de la cuenta, poniendo un mapa de la Edad Moderna. El mismo también será útil después, pero, de momento, nosotros seguíamos con nuestra ruta por la Madrid medieval. Por ello, nos adentramos en La Latina, buscando la Plaza de la Paja, que es su corazón. 


La Plaza de la Paja fue el centro neurálgico de la Madrid bajomedieval. En efecto, durante los siglos XIII y XIV ejerció de plaza del mercado, lo que convirtió el enclave en el meollo de la villa. Curiosamente, con el paso de los años, el que fuera el arrabal mozárabe en los tiempos islámicos de Madrid, acabó transformado en el vecindario mudéjar, es decir, el de los musulmanes que vivían en suelo cristiano. Por ello, tras la pragmática de conversión forzosa de los Reyes Católicos de 1502, pasó a ser el barrio morisco. Pero a lo que iba, es a que, no muy lejos de la Plaza de la Paja, en la Plaza de San Andrés, hay un museo que yo no sabía ni que existía. Se trata del Museo de San Isidro.


El Museo de San Isidro se centra en los orígenes de Madrid. Por eso, estuvo incluido en nuestra ruta matutina. Parece ser que en la versión remota del inmueble en el que se halla el museo, vivió un jornalero, llamado Isidro de Quintana, o bien Isidro de Merlo. No está muy claro como se apellidaba, ni tampoco cuando vino al mundo. Se dice que fue en 1072. Sí se sabe que era mozárabe. También que, una década y pico después de su nacimiento, Maŷrit pasó a pertenecer a Castilla. La leyenda cuenta que, a partir de ese momento, una vez que ya pisaba suelo cristiano, Isidro se puso a hacer milagros, y no paró, hasta el punto de que ha acabado convertido en San Isidro Labrador, y en el patrón de Madrid. Uno de sus milagros más famosos lo hizo en el pozo de la casa en la que vivía, al servicio del caballero Juan de Vargas. Por lo visto, el hijo de Isidro se cayó en él, y este, en lugar de tirarle una cuerda, se puso a rezar, hasta que el agua subió y pudo coger a su vástago con las manos. La huerta donde estaba el pozo, en el palacio donde servía y vivía el futuro santo, hoy se ha transformado en una de las salas del Museo de San Isidro. El agujero sigue en el mismo sitio.


Hay voces que afirman que ese no es el Pozo del Milagro de San Isidro, y, en todo caso, la historia, aunque se base en un personaje y en un lugar reales, no deja de ser una leyenda. Sea como fuere, me gustó ver el mítico orificio. Aparte, el Museo de San Isidro me sorprendió gratamente, porque no me esperaba que estuviera tan bien montado, teniendo en cuenta lo eclipsado que está, en una ciudad con tantos museos que brillan con luz propia. 

En efecto, al Museo de San Isidro no le faltan medios, por lo que se merece un vistazo. Dentro, hay muchos paneles explicativos, relativos a los orígenes de Madrid, pero también hay bastantes elementos curiosos, que son los que hacen que destaque. Nosotros pasamos por el museo como una exhalación, porque en él, Jesús solo quería mostrar algunas cosas concretas, que estaban destinadas a aclarar gráficamente conceptos de su ruta. Sin embargo, además pude ver objetos interesantes, como un Colmillo de Mamut, encontrado en el actual término municipal de Rivas-Vaciamadrid.


Me llamó igualmente la atención el Mosaico de las Cuatro Estaciones, que fue hallado en una finca que estaba ubicada en Carabanchel. Con ese nombre hay un buen puñado de mosaicos romanos, y muchos son más llamativos que el madrileño, pero este también es significativo, porque demuestra que, antes de la fundación de Maŷrit, ya hubo asentamientos en lo que hoy día es Madrid.


El Museo de San Isidro está muy bien, pero la mañana, sinceramente, no daba para más. La ruta fue espectacular, pero había que comer algo, antes de la tirada de la tarde, así que terminó en la Plaza de la Villa, que ya forma parte del Madrid con mayúsculas.


Acabamos la ruta de la primera mañana con un museo madrileño que es todo un tapado, y empezamos la del segundo día con otro, que yo tampoco sabía ni que existía, pero que volvió a dejarme impresionado, por su tamaño y por los medios expositivos de los que hace gala. Se trata del Museo de Historia de Madrid.


Tampoco nos detuvimos mucho en este otro museo municipal, que usa un montón de estampas, fotos, postales, dibujos, cuadros, abanicos y jarrones, como hilo conductor de la evolución histórica y social de Madrid, a lo largo de la Edad Moderna y de la Edad Contemporánea. De nuevo, la idea de Jesús era usar algunos elementos de la colección como punto de partida para la ruta del día, por lo que no realizamos una visita exhaustiva, pero sí pude tomar contacto con lo que estaba expuesto. En la ruta en cuestión, dejamos atrás la Edad Media y entramos de lleno en la época en la que Madrid se convirtió en la capital de España. Sin embargo, antes de meternos en harina, nos dirigimos a la Plaza del Dos de Mayo


En el emplazamiento donde está la Plaza del Dos de Mayo estuvo ubicado el Cuartel de Monteleón. El 2 de mayo de 1808, sus militares fueron los únicos que desobedecieron las órdenes y se unieron a la insurrección que inició la Guerra de la Independencia contra los franceses. En concreto, se sumaron al sublevado pueblo de Madrid las compañías capitaneadas por el sevillano Luis Daoiz y por el cántabro Pedro Velarde. Los dos oficiales perdieron la vida ese día, pero lograron que el levantamiento alcanzara una entidad tal, que provocó el estallido de una guerra que duró casi seis años. Como consecuencia de la misma, los franchutes fueron derrotados y expulsados de España. De ahí, la relevancia que han alcanzado Daoiz y Velarde en la historia de nuestro país. En este, los dos están inmortalizados en muchos sitios, incluida la Plaza del Dos de Mayo, por supuesto, donde hay una estatua de ambos, que se ha situado debajo del arco monumental que permitía la entrada al Cuartel de Monteleón.

El caso es que la Guerra de la Independencia marcó, en España, el final de la Edad Moderna, por lo que la Plaza del Dos de Mayo fue un buen lugar para comenzar a hablar de esta etapa de la historia, que estaba llamada a servir de hilo conductor de la ruta de la segunda mañana. Para empezarla, nos encaminamos por la Calle Fuencarral, en dirección a la Plaza Mayor


La Plaza Mayor ejerce de corazón de Madrid, junto con la Puerta del Sol. Al llegar, la encontramos atestada de gente. No obstante, era el lugar perfecto para introducir la Edad Moderna madrileña, dado que fue proyectada por Felipe II, que fue el que otorgó, en 1561, la capitalidad a la ciudad, al instalar allí la corte. Ese hecho marcó su devenir. Con posterioridad, la plaza se terminó en 1619, en tiempos de Felipe III, por lo que es un sitio muy relacionado con los Habsburgo que reinaron en España. Desde su centro, que está presidido, precisamente, por la Estatua Ecuestre de Felipe III, empezada por Jean Boulogne y acabada por su discípulo Pietro Tacca, se puede empezar una buena ruta por el llamado Madrid de los Austrias. Nosotros es lo que hicimos, tirando hacia el oeste, y enlazando pronto con otra zona extraoficial de Madrid, denominada Barrio de las Letras. En ella, vivieron los literatos más destacados del Siglo de Oro español. Estos fueron coetáneos de los reyes de la Casa de Austria, por lo que esos dos oficiosos barrios están muy relacionados.

En nuestro caso, siguiendo los pasos de Jesús dejamos atrás la Plaza Mayor, y recorrimos sus alrededores, antes de acabar en la Puerta del Sol


En la Puerta del Sol hicimos un alto, bajo la Estatua Ecuestre de Carlos III, un rey que, de nuevo, escapaba de la acotación de nuestra ruta, pero que ha pasado a la historia como uno de los mejores monarcas de España, por lo que se mereció unas palabras.


Carlos III no solo fue el mejor alcalde de Madrid, sino que se convirtió en uno de los gobernantes españoles que más ojo han demostrado, a la hora de modernizar el país, desde el punto de vista económico y social, sin descuidar, por ello, la cultura y las artes. Gracias a eso, se ganó una escultura en la plaza madrileña por excelencia

Tras el alto, continuamos bajando hasta el epicentro del Barrio de las Letras, que es la Plaza de Santa Ana. A mí, ese lugar me encanta, y voy siempre que puedo. Allí, junto al Monumento a Federico García Lorca, que es obra de Julio López Hernández, casi acabó nuestra segunda ruta del viaje.


Y digo "casi", porque aún quedaba el colofón al recorrido de la segunda jornada, que era la visita a la Casa Museo Lope de Vega. Lope de Vega ya fue célebre y rico en vida, por lo que se pudo comprar una buena casa en 1610, y vivió en ella hasta 1635. Además, seguramente debido a su fama, su rastro nunca se perdió en el inmueble. Este fue cambiando de manos, a lo largo de la historia, pero siempre pervivió la conciencia de que ese había sido el hogar del Fénix de los Ingenios, lo que hizo que se mantuviera intacto. En 1931, la Real Academia Española lo adquirió, y en 1935 lo abrió, convertido en Casa Museo. Hace unos días, vi la supuesta casa natal de Cervantes, en Alcalá de Henares, y pude constatar que en la misma no queda ni una piedra de los tiempos en los cuales vivió allí el literato. Con Lope de Vega es distinto.


En realidad, lo que se muestra en la vivienda de Lope no le perteneció. No obstante, nos dijeron que todas son cosas de su época, y la estructura de la casa ha pervivido, por lo que la Casa Museo merece la pena. En mi caso, fue la segunda vez que iba, tras la visita de 2016 que ya conté en este blog. No me voy a repetir más. Solo quiero añadir que, regresar a la casa de Lope de Vega, fue el remate perfecto a dos rutas, que me hicieron profundizar en la historia de Madrid como nunca lo había hecho.

Sin embargo, la narración de la estancia en Madrid no acaba con las rutas, porque, al margen de ellas, las dos tardes las dedicamos en exclusiva a ver museos. Así, el primer día fuimos al Museo Naval y al Museo Arqueológico Nacional. Aquel se centra en la actividad naval y en la historia marítima de España. Es gigantesco y está lleno de astrolabios, cañones, espadas, maquetas, mascarones de proa y cuadros relacionados con la navegación. Para alguien como yo, que no sabe nada de barcos, resulta imposible sacarle el jugo en un rato. 


El Museo Arqueológico, por su parte, lo visité por primera vez en 2019. En aquella ocasión, me pareció un museo sublime, cosa normal, dado el nivel de algunas de las piezas que muestra.


A mí me interesaban ambas visitas, porque el Museo Naval no lo conocía, y el Museo Arqueológico Nacional es de los museos donde he disfrutado más. Sin embargo, juntarlos sin solución de continuidad fue, quizás, demasiado intenso. Incluso el propio Jesús pareció estar, en determinados momentos, un pelín abrumado por la cantidad de cosas que tenía que enseñar en un tiempo tan limitado. Se ve que no tenía un plan muy estructurado de qué parte de las colecciones ir a ver, y acabó deambulando por las salas un tanto mareado. Sabe mucho, y no tuvo problemas para ir hilando explicaciones, conforme avanzaba, pero a ratos me dio la sensación de que estaba un poco perdido. En vista de eso, yo opté por hacer lo que siempre hago en los monstruos museísticos, que es seleccionar unos cuantos objetivos concretos, y fijarme bien en ellos, ignorando lo demás. Así pues, en el Museo Naval llamó mi atención, por ejemplo, un cuadro que ya conocía. Se titula El Regreso a Sevilla de Juan Sebastián de Elcano tras la Primera Vuelta al Mundo. Su autor es Elías Salaverría Inchaurrandieta, y no es muy antiguo, dado que se pintó entre 1940 y 1948.


No obstante, la joya de la corona del Museo Naval es la Carta Universal de Juan de la Cosa. Se trata de un manuscrito sobre pergamino, que data de 1500, y que es el primer mapa en el que se representó América


Juan de la Cosa fue un navegante cántabro, que acompañó a Cristóbal Colón en sus primeras dos travesías, y que, en 1499, regreso al nuevo mundo en otra expedición, ejerciendo ya de piloto. Esta llegó a bordear, en dirección sur, un buen trecho de lo que hoy día es la costa de Brasil. Gracias a sus viajes, De la Cosa dibujó un mapamundi pionero, en el que Europa y África, que estaban mucho más explorados, aparecen representados de forma bastante fiel. El cartógrafo se atrevió, incluso, con una parte importante de Asia. De la América continental, por contra, se muestra poco, como es lógico, pero el Caribe, en cambio, fue reproducido de una manera muy fidedigna. A mí, me parece que tuvo un mérito tremendo plasmar tan bien el mundo conocido en un pergamino, con los medios técnicos que había en el año 1500.

En el Museo Arqueológico, por su parte, al igual que la otra vez, me detuve a mirar con calma genialidades como la Dama de Elche y el Tesoro de Guarrazar.



Sin embargo, se trataba también de ver nuevas cosas, así que me fijé con cuidado en los Candelabros de Lebrija, que son una muestra de una cultura íbera muy orientalizada, ya del siglo VII a. C. (en concreto, son de la célebre cultura tartésica), en un Miliario Romano del año 98, que se encontró cerca de Úbeda, y en un Arco del Palacio Real de Granada, datado en el siglo XIV, y realizado en yeso.



Fueron tres de las cientos de cosas que podría haber visto con detalle. Jesús hizo hincapié en unas cuantas, especialmente importantes, y por eso también escuché interesantes explicaciones delante de la Dama de Baza o de la Estela de El Viso. La visita fue un poco exprés, pero me fui del museo con el mismo buen sabor de boca que la primera vez que lo disfruté.

Después de encadenar los recorridos por el Museo Naval y por el Museo Arqueológico Nacional, camino del hotel aún tuvimos capacidad para entrar en la Basílica de Jesús de Medinaceli. Esta última visita sí estuvo bien dimensionada, a diferencia de las dos de los museos, porque las iglesias no son el fuerte de Madrid, y la parada en este templo tampoco requería demasiado tiempo. De hecho, entramos con la idea exclusiva de ver la imagen del Cristo de Medinaceli, que es conocido como El Señor de Madrid.


La imagen, además de haber tenido una existencia bastante accidentada, desde que se talló a principios del siglo XVII en el taller de Juan de Mesa, en Sevilla, tiene cierta fama, y por eso pegaba echarle un vistazo, como colofón al día. 

En todo caso, para la segunda jornada, la visita que quedaba pendiente en Madrid, al margen de la ruta, era al Museo Nacional del Prado

En 2017, un estudio desarrollado por dos profesores universitarios neerlandeses, colocó al Prado en la octava posición del ranquin de pinacotecas de mayor prestigio en el mundo. Semejante puesto es una pasada, si bien yo iría más allá. En mí opinión, el madrileño es el mejor museo de arte del mundo que uno pueda visitar, y no lo digo porque haya estado en ocho de los diez que copan el top ten del estudio realizado en Países Bajos, y pueda hablar con conocimiento de causa, porque no he tenido ocasión de sacarles tanto el jugo, como para poder comparar, sino que lo digo porque es un hecho probado, que el Museo del Prado alberga la mayor concentración de cuadros de nivel excelso por metro cuadrado del planeta. Esto hace que sea más disfrutable que ninguno. Es verdad que, en números globales, otras instituciones apalizan a la española. El Museo del Louvre, por ejemplo, posee del orden de 380.000 obras de arte, de las cuales expone unas 35.000 (son un 9'2% de sus fondos). Precisamente, 35.000 es el total de piezas que posee el Museo del Prado, que solo tiene a la vista unas 1.700 (un 4'8%). La diferencia numérica es brutal. Sin embargo, aunque el museo parisino sea más importante a nivel conservador, lo cierto es que, a nivel divulgador, la selecta selección de maravillas que se exponen en el Prado hacen que la experiencia en él sea insuperable en intensidad. "Menos es más", "lo bueno, si breve, dos veces bueno", "el tamaño no importa"... Pues eso, que en el Museo Nacional del Prado, mires adonde mires, ves algo de primer nivel, lo que ayuda a que la vivencia sea potente a tope.

Desde que escribo este blog, ya había ido en dos ocasiones al Museo del Prado, la última en enero. Pese a esto, que en el viaje de Ispavilia estuviera programada otra visita no me supuso ningún problema. Si pudiera, iría de nuevo mañana, así que no me contrarió volver con Jesús. De hecho, nunca había visto el museo con un guía, lo que le dio a la experiencia una novedosa dimensión. En este caso, Jesús parecía tener más claro que el día anterior lo que quería enseñarnos, y no se perdió tanto. No dejó de hacer alguna parada random, pero, en general, se marcó un recorrido y lo siguió, de manera que fuimos a ver cuadros de Goya, de Velázquez y, por supuesto, de Murillo. Con respecto a este último, estaba cantado que nos iba a hablar de la Inmaculada Concepción de los Venerables


Aparte, me encantó su explicación acerca de El Triunfo de San Hermenegildo, del sevillano Herrera El Mozo. Sin duda ninguna, Jesús es un máquina como divulgador.


En el Museo Nacional del Prado no se pueden fotografiar los cuadros, por lo que no tengo imágenes de los demás que vimos, muchos de los cuales estaban relacionados con Sevilla. Lo cierto es que Jesús es un experto en el arte y en la historia de mi ciudad natal, y no hizo ningún esfuerzo por ocultar el sesgo de la visita. En el grupo, todos éramos sevillanos, así que no escuché que nadie se quejara de que nos paráramos, también, en El Sueño de San José, del mismo Herrera el Mozo, o en El Sueño del Patricio Juan, o en El Patricio Revela su sueño al Papa Liberio, o en La Sagrada Familia del Pajarito. Estos tres últimos cuadros son de Murillo. De igual modo, hicimos un recorrido sublime por las obras de Velázquez, que, casualmente, era otro paisano nuestro. Por descontado, nos detuvimos un buen rato a contemplar Las Meninas, y tampoco faltaron las explicaciones delante de Las Hilanderas, de Las Lanzas, de El Triunfo de Baco, o de La Fragua de Vulcano, que es una maravilla que se puede ir a ver cuantas veces se quiera, sin que se deje de disfrutar. A eso se sumaron varias lecciones magistrales delante de El Conde-Duque de Olivares a Caballo, Felipe IV (representado con 20 años), La Reina Mariana de Austria, o La Reina Isabel de Borbón a Caballo, lienzo este, en el que hay partes que no corresponden a la mano de Velázquez. De este artista, también me fijé, de manera especial, en Sibila.

Aparte de Velázquez y de Murillo, Goya fue el tercer pintor al que Jesús le prestó especial atención. Después de lo que habíamos visto el día anterior en la Plaza del Dos de Mayo, era evidente que nos íbamos a parar en El 2 de Mayo de 1808 en Madrid  y en El 3 de Mayo en Madrid. También vimos La Maja Vestida y La Maja Desnuda, y nos tomamos, igualmente, unos minutos, en La Lechera de Burdeos. Sin embargo, fueron los cuadros reales de Goya (La Familia de Carlos IV y La Reina María Luisa con Tontillo, por ejemplo), así como las Pinturas Negras (recuerdo El Aquelarre y Duelo a Garrotazos), los que se llevaron la mayor cuota de protagonismo en las explicaciones.

Estoy siendo muy prolijo en la narración de los cuadros que vi, porque pretendo recordarlos en el futuro. Así, no quiero dejar de nombrar otras obras de arte en las que me pude detener un poco. Fue una gozada, por ejemplo, ver juntos, en la sala 25, pudiéndolos comparar, el Adán y Eva de Tiziano y el lienzo homónimo de Rubens. El de este último es una copia del primero... pero vaya copia.

También vi con interés unos cuantos cuadros de otros artistas españoles, que atrajeron mi atención de manera especial. Fueron La Magdalena Penitente que pintó Ribera en 1641, la Conversión del Duque de Gandía de José Moreno Carbonero, El Entierro de San Sebastián de Alejandro Ferrant, Juana la Loca de Francisco PradillaFusilamiento de Torrijos y sus Compañeros en las Playas de Málaga de Antonio Gisbert y El Pintor Francisco de Goya de Vicente López.

Por último, una cosa que llevaba tiempo sin hacer, y que merece la pena, era ver el Claustro del Monasterio de los Jerónimos. El mismo está integrado magníficamente en el museo, desde que este se ampliara en 2007. Cuando el Museo del Prado se inauguró, allá por 1819, el Monasterio de los Jerónimos quedó a su espalda, pero, para aquel entonces, ya se encontraba muy dañado. Años después, su iglesia anexa se reparó, pero, a finales del siglo XX, del cenobio solo quedaba el claustro, que sobrevivía en un estado ruinoso. De forma paralela, los responsables del Museo fueron siendo conscientes de la necesidad de agrandarlo, así que, a comienzos del XXI, Rafael Moneo diseño un proyecto, que yo creo que quedó genial. Gracias a él, el claustro restaurado ha quedado inmerso en un edificio nuevo, perteneciente al Prado, que conecta con el antiguo por debajo de tierra, sin que haya barreras. En aquel, la arcada de la antigua galería se encuentra expuesta, en plan obra de arte, igual que lo está la Puerta de Ishtar dentro del Museo de Pérgamo, en Berlín, por ejemplo. Sin embargo, en este caso, el trozo de monasterio no se ha movido del lugar donde se erigió en origen, y a su alrededor la institución museística ha ampliado sus instalaciones una tercera parte.

En resumen, la visita al Museo del Prado fue más pausada y estuvo mejor dimensionada que las de los otros museos que vimos. Yo me divertí a saco.

No quiero acabar sin hablar del NH Madrid Nacional en el que dormimos, ni de los lugares donde comimos. Con respecto al alojamiento, la verdad es que en Madrid he estado en bastantes hoteles, y este NH se unió al grupo de los buenos. Como es habitual en los establecimientos de esa cadena, la calidad y el cuidado de las habitaciones, así como de las zonas comunes, fue notable. En el plano negativo, el gimnasio lo tenían cerrado, y el moderno diseño del cuarto de baño me pareció un incordio (no me mola nada lo de cagar detrás de un cristal traslúcido que da a la habitación), pero la comodidad de las instalaciones lo compensó. Además, la primera noche cenamos en Tablafina, el bar restaurante del hotel, y estuvimos muy a gusto. Sin embargo, lo mejor del NH Madrid Nacional fue su desayuno, que superó a todos los que he tomado en hoteles, incluidos los Paradores, al menos en los últimos siete años. 


Si los hoteles tienen bufé para la primera comida del día, al mismo yo le pido siete cosas. Son café, cereales de trigo y arroz, leche desnatada, un par de variedades de pan, tomate triturado, pechuga de pavo y zumo de manzana. Pues bien, no me había topado con ninguno que hiciera pleno... hasta ahora. Es evidente que en el extranjero es más difícil acercarse al desayuno perfecto. No es que me importe demasiado, la verdad, pero lo cierto es que, ya puestos, tampoco en España lo había encontrado, hasta que me he alojado en el NH Madrid Nacional.

Por lo demás, al margen de la citada cena del primer día, el primer almuerzo, hecho un poco a salto de mata, a base de montaditos, en un restaurante para turistas de la Carrera de San Jerónimo, llamado La Taurina, no aportó gran cosa, y el último tampoco, dado que lo hicimos en la Estación de Atocha, pero también tuvimos tiempo de disfrutar de dos buenos momentos culinarios. Uno de ellos nos lo pegamos con mi amiga Ruth, con la que pudimos coincidir, de puro milagro, en el rato que tuvimos, el segundo día, entre que salimos de la Casa Museo de Lope de Vega y empezamos la visita al Museo de Prado. Ella nos llevó a comer a un sitio adonde va con frecuencia, cerca de su trabajo, y que se mantiene al margen de los canales turísticos más estándar. Se denomina La Cocinilla. Allí, todo lo que sirven es barato y artesanal, y el trato es muy cercano. Aparte, esa segunda jornada, a la hora de cenar fuimos al Restaurante Jinode, que está en la Calle Atocha, cerca del hotel. Realmente, este negocio no es un japonés, ni es un chino, sino que es un restaurante de comida oriental. No obstante, por lo que pedimos, nosotros nos manejamos como si fuera un japo. Estuvo muy bien.

En definitiva, después de este largo post habrá quedado claro que, gracias a esta experiencia, he profundizado más aún en lo que ya conocía de Madrid. Parecía difícil, pero todo es ponerse, por no hablar de que la capital española es una ciudad a la que nunca se puede decir que se ha ido lo suficiente.



Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Comunidad de Madrid: 7'7% (hoy día 26'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 4'4% (hoy día 36%).

Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado MADRID.
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que están en Europa que ya estaban visitadas: 2'7% (hoy día 45'9%).
En 1988 (primera visita consciente), % de Principales Ciudades del Mundo que ya estaban visitadas: 1% (hoy día 19%).


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