25 de mayo de 2024

SANTIPONCE 2024

Santiponce se merecía una visita algo más profunda, que la que reflejé en este blog en 2017. Por eso, aproveché que María va a estar hasta junio trabajando en el Conjunto Arqueológico de Itálica, para irme para allá, gastando un día que tenía libre. Mi idea era sacarle todo el jugo posible a los tres principales enclaves que tiene el pueblo, así como darme un paseo por su centro y ver otros sitios destacados que se reparten por sus calles.


Tengo que arrancar diciendo, que Santiponce es un pueblo bastante feucho, sin ánimo de ofender. Su historia comienza en 1301, año en el que se construyó, en mitad de la nada, el Monasterio de San Isidoro del Campo. Este cenobio, del que luego hablaré, se intuye dentro del círculo azul, en la imagen inferior. En esa época, el asentamiento poblado más cercano estaba donde hoy día se encuentra el sevillano Estadio de la Cartuja (rodeado en rojo).


Ese poblado, que distaba pocos kilómetros de Sevilla, se hallaba en un emplazamiento muy frágil, dado que estaba a merced de las crecidas del Río Guadalquivir. En 1603, finalmente una riada se llevó por delante la aldea, y los damnificados fueron a pedirle protección a los monjes del Monasterio, que acababa de cumplir los tres siglos de existencia. En aquella época, las propiedades de este incluían las tierras donde se había asentado, en el pasado, una ciudad romana llamada Itálica. Esta había vivido momentos de auténtica gloria, pero entró en una lenta decadencia, que culminó con su abandono total en el siglo XI. El caso es que, a comienzos del XVII, los monjes de San Isidoro del Campo reubicaron a los campesinos, que les pedían ayuda, en las lomas formadas sobre lo que había sido la vetus urbs de Itálica. Sus restos yacían sepultados, y ahí se dejaron.

Queda claro, por tanto, que Santiponce, como tal, no es un pueblo muy vetusto, y que su origen es humilde. En sus calles, no hay viviendas antiguas, ni grandes casas señoriales. Su centro lo han puesto curioso, pero ni siquiera tiene una iglesia que despunte, al margen del Monasterio


Sin embargo, los antecedentes del pasado poncino son de los más señalados de España, lo que ha creado un poderoso contraste. En general, las calles de Santiponce no invitan a un paseo, pero sus principales highlights son de una importancia capital. En efecto, pese a que el pueblo parece normal, lo que está cubierto por las casas modernas, lo que descansa bajo las colinas que tiene al lado, lo poco que se ha desenterrado, así como el propio Monasterio, lo han convertido en un referente único, que es visitado por gente de todo el mundo.

En la actualidad, la página web del ayuntamiento de Santiponce destaca en el pueblo cinco puntos de interés turístico. A los tres principales, que son el Conjunto Arqueológico de Itálica, el Teatro Romano y el Monasterio de San Isidoro del Campo, ellos suman el centro de interpretación Cotidiana Vitae y el Museo Municipal Fernando Marmolejo. Este último se inauguró en 2004, y no me dio tiempo a verlo. Creo que acoge algunos restos romanos, como no, pero sobre todo está dedicado a mostrar la colección del orfebre Fernando Marmolejo, que vivió en Santiponce, y que donó su obra al morir, para que fuera expuesta. 

Con respecto a Cotidiana Vitae, que lleva en funcionamiento desde 2011, me hubiera gustado echarle un ojo, pero solo abre los viernes por la tarde, los sábados y los domingos. Por ello, lo tuve que descartar, y me centré en los otros tres enclaves, que son los más importantes. No obstante, dado que, en Santiponce, excavas unos metros y te encuentras alguna maravilla romana, yo destacaría un cuarto lugar, que no es visitable realmente, pero que se puede ver desde la calle. Es el de las Termas Menores, que fueron construidas en tiempos del emperador Trajano.


El caso es que el viernes me fui con María, a la hora a la que ella empieza a trabajar, decidido a explorar Santiponce en profundidad. Lo primero que hicimos fue desayunar. Enfrente del acceso al Conjunto Arqueológico de Itálica hay dos restaurantes, que están cortados por el mismo patrón. Son míticos, y uno aparenta ser más refinado que su vecino, aunque los dos viven de los turistas que acuden a ver las ruinas. El de aire elegante se denomina Ventorrillo Canario. Yo comí en él de niño, y de no tan niño, pero hace siglos que no lo visito. Ahora tiene fama de trampa para guiris. El otro se llama Gran Venta Itálica Casa Venancio. Este queda enfrente de la entrada al yacimiento, y tiene una agradable terraza, cubierta por una parra, por lo que es el sitio donde uno tiende a sentarse, si sale de Itálica y solo quiere un café o un refresco. Yo arranqué allí, de manera fantástica, mi mañana turística en Santiponce.


Luego, con el estómago ya lleno, me embarqué en la visita más concienzuda que he hecho al Conjunto Arqueológico de Itálica. Que yo recuerde, desde 1994 hasta el pasado abril, había estado allí seis veces, incluidas las dos en las que fui con motivo del Cross de Itálica (una como espectador y otra como participante), pero lo cierto es que nunca había llevado a cabo una exploración tan detallada del lugar. 

Sin embargo, antes de referirme a esta visita, he de decir que este mes de mayo ya había tenido la oportunidad de ir en otras dos ocasiones a Itálica, como relaté en el post anterior. Ambas tuvieron como elemento estrella el Anfiteatro, pero en las dos paseamos, también, por el yacimiento. En la primera, lo hicimos con el director del mismo, que ejerció de guía y nos contó un montón de cosas. La segunda fue la nocturna, que realizamos con motivo de Euterpe. De esta hablaré más abajo.

En relación con la visita que hicimos con Daniel González Acuña, que es como se llama el director del yacimiento arqueológico, para no repetirme, solo diré ahora que nos contó que hay una novedosa teoría, con respecto a Itálica, que explica que la ampliación brutal que experimentó, bajo el mandato de emperador Adriano, no vino dada por el deseo de los lugareños ricos de hacerse una especie de selecta ciudad de vacaciones, sino que ese impresionante nuevo barrio fue la versión romana de la aldea onubense de El Rocío, por poner un ejemplo gráfico. En efecto, en El Rocío no vive apenas nadie durante gran parte del año, y todas las decenas de casas que hay, están hechas y adaptadas para acoger a miles de personas en momentos puntuales. Por lo visto, la nova urbs de Itálica se gestó con un propósito similar.


No obstante, tanto la visita con Daniel, como la realizada en la oscuridad, fueron poco exhaustivas. A mí me faltaba recorrer aquello a fondo. No lo había hecho nunca, y por eso me fui para allá el viernes pasado. Tampoco me voy a poner pesado, con una prolija explicación de todo lo que vi, pero sí voy a nombrar lo que está excavado en Itálica

Para empezar, es menester repetir lo que ya conté en el post dedicado a la Carrera Popular Santiponce de 2023, que es que que la superficie de Santiponce declarada Bien de Interés Cultural ocupa 116 hectáreas, porque abarca todo el terreno de lo que fue Itálica hace siglos. De ellas, 66 hectáreas de zona protegida están debajo de las casas actuales. Luego, 3 corresponden a lo que se ha excavado en el casco urbano poncino, es decir, al Teatro y a las Termas Menores. Por último, 47 hectáreas es lo que mide el Conjunto Arqueológico en sí, pero, de ese área vallada, solo un 17% se ha sacado a la luz. Es tan poco, que desde fuera no se aprecia nada.


Por tanto, lo que conocemos hoy día como Itálica, que es la zona que está rodeada por una valla, es, en realidad, un enorme desmonte, en el que se ha excavado lo justo. 


Las investigaciones han permitido conocer bastantes cosas, pero lo cierto es que se sabe muy poco del devenir del asentamiento en sus seis siglos de vida iniciales, ya que todo lo que dio de sí esa larga etapa se encuentra sepultado bajo el pueblo de Santiponce. De esos años, solo se puede hacer un esbozo general de los que sucedió. Sí se sabe, que el origen de la ciudad estuvo ligado a la victoria de Ilipa, que aconteció en el 206 antes de Cristo, a unos 10 u 11 kilómetros. En esa batalla, las tropas cartaginesas sucumbieron ante las legiones romanas, comandadas por Publio Cornelio Escipión, en el marco de la Segunda Guerra Púnica. La victoria fue básica para el dominio romano de la Península Ibérica, pero no supuso el final de la guerra. Tras la contienda, Escipión necesitaba consolidar el control del territorio y acomodar a sus soldados heridos en un sitio seguro, por lo que estableció un destacamento militar en una población turdetana próxima, que tenía estructuras defensivas, estaba en un alto y tenía cerca un río. Además, desde ella se podían vigilar las vías de comunicación estratégicas y las zonas mineras interiores. El nombre del poblado turdetano no lo conocemos, pero sí sabemos que muchos de los soldados licenciados en la guerra prefirieron quedarse en él, en vez de regresar a su tierra, por lo que acabó convertido en Itálica, el primer asentamiento romano estable en la Península Ibérica


Itálica y su población, compuesta en origen por romanos e indígenas, se romanizó del todo con el tiempo. A la vez, los ciudadanos de provincias fueron ganando derechos, hasta que, gracias al emperador Vespasiano, empezaron a poder ocupar cargos de responsabilidad en Roma. Por ello, desde el año 69 después de Cristo, las más notables familias de la Bética, entre las que se incluyen algunas italicenses, comenzaron a acceder a altas magistraturas senatoriales. Esto hizo posible que un hispano, llamado Marco Ulpio Trajano, procedente de una pequeña ciudad de provincias como Itálica, pudiera acabar alcanzando la cúspide del poder imperial.


Trajano nació en Itálica en el 53 después de Cristo, y gobernó del 98 al 117. Con él, Roma logró la máxima expansión de sus fronteras. Por lo que respecta a su ciudad natal, esta se modernizó bajo su mandato, pero no creció. En efecto, en esos años siguió rondando las 12 o 14 hectáreas, y las murallas no se desbordaron. Fue Adriano, el sucesor de Trajano, el que llevó a cabo la ampliación de Itálica, entre el 117 y el 138.

Siempre se ha dicho que Itálica fue cuna de dos emperadores. Sin embargo, esto no está claro que sea verdad, porque hay voces que afirman que Adriano nació en Roma en el año 76. Era su padre, que no era Trajano, sino un primo hermano de este, el que era italicense. Su madre, por otro lado, era gaditana. En cualquier caso, sí es seguro que, con 15 años, Adriano pasó varios meses en Itálica. Para entonces, su padre ya había muerto, y su tutela había sido asumida por el propio Trajano. Esto fue clave, porque al convertirse en imperator, tras morir su padre adoptivo sin haber tenido hijos biológicos, Adriano se acordó de la tierra de sus raíces, y favoreció que Itálica se desarrollara una barbaridad en poco tiempo. Así, a lo largo de su mandato, la población, además de convertirse en colonia y pasar a asimilarse orgánicamente a Roma, se amplió en casi 40 hectáreas y fue dotada de una nueva muralla y de inmuebles, que la convirtieron en uno de los epicentros de la Bética. Entre esos edificios, destacan el Anfiteatro y el Traianeum. Este último era un gran templo, destinado al culto imperial. A su alrededor, se proyectaron mansiones, fincas semipúblicas y unas termas, mucho mayores que las construidas por Trajano. Todo se dispuso en una cuadrícula, conformada por manzanas, separadas por calles pavimentadas y porticadas, de hasta 16 metros de ancho. 


En el Conjunto Arqueológico de Itálica, lo que se puede ver son los vestigios de esa ampliación urbana. De ella, ha quedado una espectacular red de cloacas, restos de varios edificios emblemáticos, así como el entramado urbano, dibujado en la actualidad por caminos.




Según las novedosas teorías que nos contó Daniel González Acuña, la nova urbs estaba destinada a acoger, en momentos determinados, a miles de personas de toda la región, que acudían a esa parte de la ciudad para rendirle un homenaje a Adriano y a su dinastía, y, de paso, para divertirse. Dicho así, puede ser difícil de entender, pero una romería actual no es muy diferente. En ella, el trasfondo es religioso, pero también se socializa, se come y se bebe. Aparte, eventos como la Expo'92 o los grandes festivales de música son, igualmente, herederos del espíritu que parece que motivó la expansión de Itálica, en tiempos de Adriano. Con las nuevas tesis históricas, queda explicado a la perfección que las avenidas porticadas italicenses tenían semejante tamaño, porque estaban preparadas para acoger muchedumbres.


Yo no conocía esta nueva teoría de que Itálica fue una especie de barrio ceremonial, en el que se pretendía exaltar la figura del emperador y de su estirpe, como sustento del Estado. Por lo visto, uno de sus valedores es Juan Manuel Cortés Copete, que fue profesor mío. Él afirma que lo que se ve en Itálica es único en el mundo de los restos romanos. Por eso, el yacimiento opta a ser declarado Patrimonio de la Humanidad.

De todas formas, la ampliación urbana convirtió Itálica en un gigante con pies de barro. Con independencia de los aires que se daba, por su origen castrense y por ser cuna de emperadores, aquello no pasaba de ser una pequeña ciudad de provincias, donde no vivían ni 10.000 personas. Por desgracia para Itálica, la dinastía de Trajano y de Adriano, que gobernó el Imperio en sus años dorados, se extinguió en el 192, un poco venida a menos, tras el asesinato del célebre Cómodo. Con su muerte, desapareció también el deseo de honrar la memoria de la dinastía antonina, y eso fue devastador para Itálica. Pese a esto, la decadencia no fue rápida. Más que una abandono radical, hubo una paulatina dejación del costoso mantenimiento de la nova urbs, y un cambio en su modelo habitacional, que provocó la conversión de las grandes mansiones en viviendas de menor entidad. El apocalipsis, por tanto, no sobrevino de la noche a la mañana. De hecho, en tiempos de los visigodos, Itálica parece que gozaba aún de un mínimo de prosperidad. Sin embargo, el declive no acabó de ser frenado, y culminó en época musulmana, hasta el punto de que la población ya estaba abandonada en el siglo XI. Esa evolución nos lleva al principio de este post, en el que hablábamos de un buen puñado de tierras de labor, gestionadas en el siglo XVII por un monasterio, que sepultaban un montón de vestigios, enterrados tras 600 años de olvido, en el mejor de los casos, o que ejercieron de cantera de materiales constructivos, en el peor.

Hoy día, esta historia que he contado está muy estudiada. Hay fuentes escritas y se han hecho prospecciones, pero la parte excavada del yacimiento es mínima. 


De todo lo que se ha sacado del subsuelo italicense, el Anfiteatro es la joya de la corona, y por eso he hablado aparte de él. No obstante, no he dicho que el día que fui a explorar Itálica con detenimiento, subí la colina que tiene detrás, y pude ver desde arriba la vaguada en la que está. 


También pisé con mis pies el dique que se erigió, para taponar la rambla sobre la que se asentó el Anfiteatro. Hoy día, parece un simple camino, pero al andar por él se comprueba que, a un lado, se abre la hondonada en la que está el magno edificio, y al otro, se extiende un lago, formado por el agua que se ha acumulado al levantar la presa. La obra actual data de los años 70 del siglo XX, pero es seguro que, en tiempos de los romanos, existió ahí una solución constructiva similar.


Al margen del Anfiteatro, en el Conjunto Arqueológico de Itálica hay nueve edificios excavados. El más importante es el Traianeum o Templo de Trajano, que además es el que está peor (en la imagen inferior, lo he insertado en un cuadrado). De hecho, en 1909 se construyó muy cerca el Cementerio Municipal de San José (rodeado por un círculo en la foto satélite). La carretera que lleva a él pasa por encima del templo.
 

Lo de que se levantara un camposanto encima de unos restos arqueológicos, que son clave para la comprensión de Itálica, no choca demasiado, porque a principios del siglo XX no había apenas conciencia de que lo que había enterrado a las afueras de Santiponce debiera ser conservado. En su día, el Traianeum se erigió en el sitio de mayor elevación de la colina donde se asienta la nova urbs, y en 1909 debieron pensar que el cementerio tenía que estar en el lugar más preminente de las afueras del pueblo, por lo que lo construyeron casi en el mismo emplazamiento, sin reparar en lo que había en el subsuelo.


Lo que me sorprende es que, sabiendo desde hace décadas lo que tiene debajo, el cementerio no se haya trasladado a otro sitio.


En todo caso, ahora mismo el Templo de Trajano no es más que un solar escasamente excavado, en el que hay mucho por descubrir. En vista de eso, lo tienen vallado y no se puede visitar.

El otro gran edificio de Itálica es el de las Termas Mayores. Era enorme, porque tenía zonas para ejercicios y para pruebas ecuestres, y una buena parte sí está al aire. Se puede ver muy bien, desde un mirador metálico elevado, que se ha puesto en uno de sus lados.


Aparte del Templo de Trajano y de las Termas Mayores, en Itálica destacan los restos de varias casas y edificios. Un ejemplo de vivienda identificada, pero poco excavada, es la Casa de Hylas, que estaba muy cerca del Traianeum, por lo que tenía una de las mejores ubicaciones.


Más cerca aún del Templo de Trajano se encuentra la Casa de Cañada Honda, que presenta la particularidad de que tiene locales comerciales adosados a sus fachadas principales.


En la Casa del Patio Rodio me encontré conque estaba trabajando un nutrido grupo de jóvenes arqueólogos. Esta vivienda, al igual que la Casa de Hylas, se sabía que era lujosa y grande, pero también se había excavado poco. En este caso, se le está poniendo solución a esa carencia.


Junto a la Casa del Patio Rodio, está el grupo de edificios mejor excavados de Itálica. El que se muestra en mayor medida es la Casa de los Pájaros, que fue la que nos enseñó Daniel. En ella, lo más interesante es que se pueden contemplar los mosaicos auténticos que la vivienda tenía en el suelo. 


En general, en el yacimiento se ha hecho un esfuerzo por no mover de su sitio original los espectaculares mosaicos, lo cual se agradece, sobre todo por el reto que supone que no se degraden por estar a la intemperie. Aparte, en la Casa de los Pájaros se ve a la perfección como era su estructura, y se puede pasear por la mayoría de las zonas con las que contaba.



El Edificio de la Exedra es otro de los puntos estrella de Itálica. El mismo tenía 4.000 m², y era público. De todo lo que vi en él, lo más curioso fue la letrina comunitaria


Otro inmueble de dimensiones enormes es el contiguo Edificio de Neptuno. Dado que medía unos 6.000 m², se piensa que también era un lugar público, pero apenas si se ha excavado una cuarta parte. Más a la vista está, en cambio, la Casa del Planetario, que conserva en una de sus esquinas un horno de pan.



En definitiva, recorrí el Conjunto Arqueológico de Itálica con detenimiento, y me dejé contagiar por el buen ambiente que había allí. Dado que era viernes por la mañana, al margen de un puñado de guiris, lo que vi por entre las ruinas fueron, sobre todo, excursiones escolares. Así da gusto.

Aparte de la visita que hicimos con Daniel González Acuña, antes de que yo fuera a pasearme solo también asistimos a Itálica Euterpe. Concierto para las Estrellas, como dije arriba. Esta actividad estuvo dividida en dos fases. De la que se localizó en el Anfiteatro ya he hablado en el post anterior. Me falta hacer mención al primer tramo de la iniciativa, que nos dio la oportunidad de ver las estrellas, gracias a una serie de grandes telescopios, que la Asociación Astromares colocó en una de las calles de Itálica


En concreto, estuvimos en la vía que une las Termas Mayores con la Casa del Planetario. La verdad es que, en esta parte de la actividad, las ruinas no eran el centro, sino que se trataba de contemplar el cosmos, pero, aun así, me gustó pasear por el yacimiento a oscuras. Con respecto a lo que vimos en el firmamento, lo que más me impresionó fue ver pasar la Estación Espacial Internacional, que orbita desde 1998 a 400 kilómetros de nuestras cabezas. En realidad, lo que alcanzamos a distinguir fue una manchita iluminada, que apareció en el cielo por el oeste y se fue por el este. La misma solo hubiera sido, para mí, una luz de esas que se ven, de vez en cuando, al mirar arriba por la noche en el campo, si no fuera porque la observación nocturna estaba dirigida por un grupo de aficionados a la astronomía, y ellos nos dijeron lo que era. Aparte, ya mirando por un telescopio, me encantó apreciar tan bien los cráteres de la luna.

No puedo negar que fue una gozada andar por Itálica de noche. También fue un privilegio asistir a una visita guiada por su director, así como entrar en las oficinas del complejo con María, aunque fuera solo un instante.


El día que estuvimos con Daniel, además, tuvo su momento surrealista al final, ya que, cuando nos íbamos, vino a buscarlo una empleada, para avisarle de que acababa de llegar la Infanta Elena, por si quería hacerle los honores. Yo creo que ganas tenía pocas, o menos que pocas, pero no dudó en saludar a su alteza real, e irse con ella y con sus acompañantes, a repetir el recorrido que había hecho con nosotros. Gajes del oficio. 


Eso sí, por lo que a mí respecta, tengo que reconocer que me gustó ver que la Infanta llegó al yacimiento sin avisar previamente, entrando por la puerta con unas cuantas amigas, como cualquier hijo de vecino. Llevaba al menos un guardaespaldas, pero el tipo fue tan discreto, que me costó identificarlo. Me consta que Daniel, en circunstancias normales no hubiera estado rondando por las ruinas un viernes a media tarde, así que la Infanta fue a visitar Itálica sin esperar un trato especial. Tuvo suerte.

Saliendo del Conjunto Arqueológico de Itálica, los dos enclaves de la vetus urbs que pude ver fueron las Termas Menores, desde la calle, y el Mirador del Teatro Romano. El Teatro solo lo abren para espectáculos concretos, como los del Festival Internacional de Danza Itálica. Yo estuve viendo uno en la edición de 2013. Por lo que respecta al Mirador, el mismo se ha inaugurado hace apenas un par de meses, y está muy bien.


Después de patearme Itálica y el pueblo de Santiponce, mi jornada turística acabó en el Monasterio de San Isidoro del Campo, que sobresale por encima de las casas de la localidad.


La importancia del Monasterio de San Isidoro del Campo viene dada por varias circunstancias. Sobre todo, destaca porque fue fundado por Alonso Pérez de Guzmán, que es más conocido como Guzmán El Bueno, y por su mujer, María Alonso Coronel. Ella fue una sevillana noble, y él fue un militar, famoso por haberse visto envuelto en un montón de fregados, en tiempos de Alfonso X El Sabio, de Sancho IV y de Fernando IV. Fruto de sus hazañas, se hizo muy rico. Además, tanto él, como su mujer, protagonizan una leyenda, que cuenta que ambos, durante el cerco de Tarifa de 1294, prefirieron dejar que liquidaran a su hijo menor, que se encontraba preso a manos del enemigo, antes que ceder la ciudad, cuya defensa había sido encomendada al leonés. Supongo que el desarrollo de la historia está un poco ficcionada, pero seguro que el trasfondo es cierto. El caso es que, siete años después de aquel incidente, la implacable pareja fundó el cenobio, en el cual fueron enterrados al morir. 


El Monasterio de San Isidoro del Campo creció mucho en pocos años, y se enriqueció bastante. Hoy día, su superficie ha menguado, pero sigue teniendo una iglesia doble y un par de claustros. Al visitarlo, la carta de presentación la ejerce el Patio de los Naranjos, que da acceso a las iglesias.




Porque resulta curioso que el Monasterio de San Isidoro del Campo tiene dos iglesias siamesas. Están una al lado de la otra, y son denominadas Iglesia Vieja e Iglesia Nueva. En realidad, no deja de ser un solo templo con dos naves, pero es cierto que su estructura es muy peculiar, porque las dos, a pesar de que se erigieron con unos años de diferencia, son iguales. 


En todo caso, lo que destaca en esa parte del Monasterio es el retablo de la Iglesia Vieja, que es obra de Juan Martínez Montañés, nada menos. Al genial escultor jiennense le encargaron la obra en 1609, recién entrado ya en su etapa de madurez. Antes de trasladarse al cenobio, y de instalarse allí para ponerse manos a la obra con un par de discípulos, Martínez Montañés firmó un contrato, en el que se comprometía a tener acabado el retablo en el plazo de un año, y también a realizar él, sin delegar en sus ayudantes, la Escultura de San Jerónimo Penitente que tiene en el centro. 


El escultor, lo segundo lo cumplió, pero lo primero desde luego no, ya que el retablo no estuvo terminado hasta 1613. Pese a este incumplimiento de su compromiso, parece que a los monjes no les importó el retraso, dada la obra de arte que había creado. A mí me gustó mucho que el conjunto al completo siga en su ubicación original, y que no se haya trasladado a ningún museo.

Aparte, en el Monasterio de San Isidoro del Campo también destaca la pequeña Capilla del Reservado, donde hay otro retablo con tres esculturas de Martínez Montañés, llamadas Virgen con el Niño, San Joaquín y Santa Ana. Los frescos de las paredes, tanto de esta capilla, como del resto de las dependencias, están entre los mejores de España.


El Monasterio estaba tranquilo, y pude pasearme por él con total calma, admirando el Refectorio, la Celda del Prior, la Sacristía o la Sala Capitular. Todo ha sufrido variaciones con los años, pero su estado de conservación es muy bueno. Para acabar, le eché un vistazo a los dos claustros que conserva el edificio. En el Claustro de los Muertos es donde se enterraban los monjes, durante el tiempo que el cenobio perteneció a la Orden de los Jerónimos.


El segundo claustro es el Patio de los Evangelistas o de la Hospedería. Este está adosado a la Iglesia Vieja, y formaba parte del sector del cenobio destinada a ejercer de albergue. Debido a esto, era un lugar de paso, abierto al público, por lo que es otro punto en el que destaca especialmente la decoración mural. A él se asomaban una serie de dependencias, como la botica. 


También daba paso a un tercer claustro, denominado de los Aljibes o de los Mármoles, donde estaba la biblioteca y el área de talleres de los monjes, por ejemplo. Por desgracia, este y otros dos claustros que había (el Monasterio llegó a tener cinco), han desaparecido.

Una vez que vi el Patio de los Evangelistas, di por concluida mi visita al Monasterio y a Santiponce en general. Llevaba toda la mañana sin parar, y ya pegaba pasar fase. Por eso, me fui para la zona más moderna del pueblo, me busqué una terracita a la sombra, y esperé a que María saliera de trabajar y se uniera a mí. 


En el Bar Galán, nos tomamos una cervecita de viernes, para empezar el fin de semana como está mandado. A su lado, hay otro bareto, llamado Mamajuana, en el que habíamos comido el día de la visita con Daniel, que fue a eso de las 16'00 horas. El negocio tiene un aspecto extremadamente cutre, pero el Serranito de pollo que pedí me encantó. 


El caso es que Santiponce es un pueblo que no llega a tener 9.000 habitantes, pero su idiosincrasia y sus enclaves principales destacan lo suficiente, como para dedicarle este largo post. Por lo que a mí respecta, la población ha quedado perfectamente explorada.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SANTIPONCE.
En 1994 (primera visita consciente), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 3'8% (hoy día 65'7%).
En 1994 (primera visita consciente), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 1'4% (hoy día 21'7%).


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