30 de septiembre de 2017

BERLÍN 2017

Berlín forma parte del selecto club de ciudades que no solo destacan por su importancia objetiva, sino que van más allá y han alcanzado un estatus casi mítico. En esas ciudades se junta todo: bienes culturales de primer nivel, eventos de importancia mundial, lugares que han marcado la historia, monumentos que se han convertido en iconos de la grandeza humana, sitios que nos resultan familiares incluso sin haberlos visto en persona,... Berlín es una metrópoli pródiga en todo eso.

Hasta la fecha yo había estado en Alemania dos veces, pero siempre me había movido por el suroeste del país. No obstante, la idea de correr el Maratón de Berlín la tenía en la cabeza desde hacía tiempo, así que sabía que tarde o temprano acabaría volviendo al país teutón para visitar su capital. Este año por fin me decidí a organizar el viaje al citado maratón y, en consecuencia, hemos cerrado el verano pasando tres días en Berlín. La mañana del tercero de los días la dediqué a correr la carrera, esa había sido la excusa para montar la escapada, pero el resto del tiempo lo gastamos en explorar, en la medida de lo posible, la ciudad germana. Debido a la magnitud de la prueba que iba a disputar intenté reducir un poco el efecto machacante que uno sufre cuando visita grandes urbes y, ciertamente, el ritmo que nos marcamos fue algo menor que el que llevamos el pasado mes de agosto en Amsterdam, sin ir más lejos, pero aún así no está la cosa como para dejar pasar oportunidades, por lo que intentamos sacarle a Berlín todo el jugo posible.


Las maravillas que hay que ver en Berlín son muchas y el tiempo del que disponíamos era poco, así que intenté organizar los días para que pudiéramos echarle el ojo a las cosas que más nos apetecían. Sin embargo, esta vez solo llevábamos una visita reservada con antelación, la de la cúpula del Reichstag.

El Reichstag es un edificio con una larga historia. Durante años fue la sede del parlamento (llamado Reichstag) en cada uno de los diferentes regímenes que se sucedieron en Alemania desde la segunda mitad del siglo XIX hasta 1944. Tras la Segunda Guerra Mundial el edificio quedó muy maltrecho y, pese a que estaba en el lado occidental de Berlín, la situación en la quedó la ciudad hizo que cayera en desuso. En 1955 el parlamento de la República Federal Alemana, que se había trasladado a Bonn y era llamado desde 1949 Bundestag en vez de Reichstag, decidió restaurar el edificio, las reformas acabaron en 1973, pero nadie se planteó entonces volver a utilizarlo como sede del parlamento, ya que la parte occidental de Berlín estaba completamente rodeada por la RDA y Bonn seguía siendo una ciudad mucho más idónea como capital. Con la reunificación alemana la sede del Bundestag ya sí se trasladó a Berlín y el Reichstag recuperó su estatus de sede del poder legislativo de Alemania.


Sin embargo, para que el edificio pudiera cumplir de nuevo su recuperada función era necesario modernizarlo y en el marco de esas reformas se construyó su cúpula transitable de cristal, diseñada por el arquitecto Norman Foster, que se ha convertido en una gran atracción turística en Berlín y que es lo que nosotros fuimos a ver.

La visita al tejado del Reichstag fue gratuita, pero para poder subir tuve que hacer una reserva previa en la que di nuestros datos y luego, una vez allí, tuvimos que atravesar un control de seguridad similar al de un aeropuerto. Tras el trámite nos montamos en un ascensor que subió directamente al nivel superior.



La visita la realizamos con una audioguía que nos dieron nada más salir del ascensor. Con ella subimos la rampa que va ascendiendo hasta la parte superior de la cúpula, de manera que fuimos oyendo de manera paulatina cosas acerca de la propia estructura y de las vistas de Berlín que se iban viendo. Fue muy interesante.



Como colofón, pudimos dar un paseo por la azotea del edificio. La verdad es que tuvimos mucha suerte, porque la tarde era maravillosa.


Por desgracia, no vimos nada del interior del parlamento (debajo del cristal que se ve en la foto de abajo está, por lo visto, la sala de plenos del Bundestag, pero no se distingue nada).


Por una casualidad para nada planeada (como es lógico), el fin de semana que nosotros estuvimos en Berlín se celebraron en Alemania elecciones generales, de manera que la persona que maneja los hilos del país desde el Reichstag podría haber cambiado tan solo dos días después de haber estado nosotros allí. Finalmente no fue así y Angela Merkel fue reelegida canciller por otros cuatro años. 


Ya que estábamos en Berlín, el día de las elecciones le propuse a María que fuéramos a votar, al fin y al cabo lo que se decide en Alemania acaba afectando bastante a la Unión Europea y, por tanto, a España, pero pronto llegamos a la conclusión de que con eso no iba a ser suficiente para que nos dejaran meter allí el papelito en la urna...

Bromas aparte, además del edificio del Reichstag los otros dos platos fuertes de Berlín que quería ver sin falta eran el Museo de Pérgamo y el Mauermuseum - Haus am Checkpoint Charlie (el museo que está dedicado al Muro de Berlín).

El Museo de Pérgamo es uno de los cinco grandes museos de la Isla de los Museos berlinesa y fuimos a verlo el domingo por la tarde, una vez que yo ya había acabado el maratón.


Una de las principales joyas del Museo de Pérgamo es el Altar de Pérgamo, que por desgracia no se podía ver, dado que están reformando su sala, pero en cambio sí pudimos disfrutar sin problemas de la Puerta de Ishtar y de la Vía Procesional de Babilonia.



También me dejó con la boca abierta la Puerta del Mercado Romano de Mileto.


El Museo de Pérgamo es un solo museo, pero en él están diferenciadas tres colecciones: una dedicada a las antigüedades clásicas, otra centrada en el arte del Próximo Oriente y otra tercera dedicada al arte islámico. En esta última parte me impresionó ver un trozo de la Alhambra (la mayor parte de las maravillas del museo son obras de arte arquitectónicas que se han trasladado allí tal cual).


Con respecto a lo de la Alhambra, no tenía ni idea de que hay trozos de la misma que no están en Granada. Por lo visto, el techo que está en el Museo de Pérgamo se lo llevó a Alemania un banquero llamado Arthur von Gwinner en el siglo XIX, en una época en la que partes del palacio eran todavía privadas (digamos que no expolió la Alhambra, sino que se llevó algo que consideraba suyo). En los años siguientes la vicisitudes que sufrió el techo no fueron pocas, pero en la actualidad parece que esa obra maestra de la carpintería ya ha encontrado acomodo definitivo en Berlín (en la Alhambra, en la Torre de las Damas, que es donde estaba, por lo visto lo que hay es una réplica).

El otro museo que vimos, como he dicho, fue el Mauermuseum - Haus am Checkpoint Charlie. El Muro de Berlín dividió la ciudad en dos partes durante casi tres décadas, miles de ciudadanos vieron su vida marcada por ese lamentable hecho, pero me sorprendió muchísimo que los berlineses, lejos de tratar de esconder ese pedazo de su historia, han convertido el Muro de Berlín en uno de sus signos de identidad. Hay tramos de Muro por todos lados, toda la ciudad está plagada de recuerdos al mismo, lo que, a mi modo de ver, es un síntoma de la fuerte personalidad de los alemanes (el trozo de la foto de abajo estaba justo enfrente de nuestro hotel).


En Niederkirchnerstrasse, no muy lejos de Checkpoint Charlie, había otro tramo que se ha conservado tal cual.


Los alemanes han corregido su pasado, no se enorgullecen de sus errores, pero tampoco esconden su historia, de hecho te recuerdan continuamente lo que sucedió, quizás para que no vuelva a pasar. El Mauermuseum va en esa dirección, no es un museo al uso, de hecho lo que uno hace en él es leer paneles, pero te da la posibilidad de enterarte de un montón de cosas.


En las diferentes salas se van desgranando historias humanas que tuvieron el Muro como telón de fondo, a mí me entretuvo y a las niñas más, si cabe, porque lógicamente no se pudieron poner a leer carteles en inglés, pero estuvieron dos horas preguntando con bastante interés por muchas de las historias que se mostraban (es muy llamativo como lograron algunas personas cruzar el muro, las historias de las fugas les llamaron mucho la atención).


Julia incluso se llevó a casa un verdadero (dicen) pedazo de Muro de Berlín que compró en la tienda. En la misma, sin que tenga nada que ver, vivimos en primera persona hasta que punto los alemanes pueden llegar a ser cuadriculados: antes de ver el Mauermuseum entramos por casualidad en dicha tienda, que tiene una salida directa a la calle. En el mostrador de la misma vi que se podían comprar las entradas al Museo, a pesar de que para acceder al mismo había que salir de nuevo a la acera y entrar por otra puerta, pero como vi que allí no había cola me pareció cómodo ir ya con los tickets sacados. El problema fue que decidí pagar con tarjeta y el dependiente, que era un alemán de origen chino (oriental de aspecto y yo creo que alemán en todo lo demás) no se que hizo, que se lió con el TPV y marcó una cantidad que no era. Primero tardó en reaccionar, se quedó un tanto bloqueado, pero la cantidad que me había marcado era mínima (eran un par de euros o así) y yo creo que se habría solucionado el tema cogiendo una calculadora y marcando en el TPV lo que quedaba en una nueva operación, pero decidió, no sin titubeos, que lo que iba a hacer era devolverme el dinero en mano y empezar de nuevo. Para ello, nos pidió que comprobáramos que la operación se había hecho realmente, por suerte María pudo consultar la web del banco desde su móvil y se lo pudimos enseñar, podría haber sido suficiente, pero no lo fue, porque a continuación sacó el extracto de la operación del TPV y comenzó a escribir en el dorso una especie de Quijote en alemán, explicando lo que había ocurrido, que se había confundido, pero que había comprobado que la operación se había hecho y que procedía a devolverme los pocos euros en monedas. Luego me tradujo al inglés lo que había redactado en alemán, y, tras comunicarle expresamente que estaba conforme con lo que había reflejado en el papel, tuve que firmar el texto. Fueron cinco minutos de espera, porque el chico se pensó bien lo que poner, yo no se si es que redactó aquello en plan Goethe o es que pensaba que le podían fusilar por una equivocación de dos euros y quería dejarlo todo constatado hasta el más mínimo detalle, pero el caso es que cuando acabamos estaba un poco ofuscado y me pidió por favor que finalmente sacara el ticket en la taquilla de la entrada y no allí. Yo accedí, evidentemente...

Más allá de las anécdotas, como digo el Museo, si bien es raro, es muy instructivo y además está al lado del verdadero Checkpoint Charlie, el paso más famoso que había entre Berlín oriental y Berlín occidental. En la actualidad han dejado la casetilla, pero la misma está en mitad de una calle con bastante tráfico, por lo que resulta complicado imaginarse como era aquello cuando el Muro estaba operativo (de hecho, no hay apenas parecido).



Además, no se por qué habían escogido para hacer el papel de guardias de la frontera a tres tipos con tanta pinta de trasnochados (al menos cuando eché la foto el de la izquierda ya había guardado el móvil).


Aparte del Mauermuseum, el otro lugar de referencia en Berlín para ver el Muro es la East Side Gallery. Se trata del trozo más largo que se conserva del mismo, con lo cual es un sitio que hay que ver sin falta.


En ese tramo, por un lado el Muro lo han cubierto de pintura blanca y tiene algunos grafitis, pero por el otro se decoró a conciencia entre febrero y septiembre de 1990, unos meses después de que dejara de dividir la ciudad.


Pese a estar al aire libre, todas las pinturas están firmadas, por lo que se ha creado una auténtica galería de arte, tal y como el nombre que se le ha dado indica.


En 2009 se restauraron la mayoría de las pinturas, lo que hace que estén muy bien conservadas (hay alguna que no se reparó y se nota la diferencia, pero son muy pocas, la mayoría lucen espectaculares).


A pesar de lo famosa que es la East Side Gallery, el lugar en el que está se sale un poco del Berlín más céntrico, lo cual está bien. No es que en esa zona no haya turistas, pero nosotros fuimos a la caída de la tarde del viernes y en ese momento los autóctonos eran mayoría en los alrededores, de hecho cuando íbamos hacia la estación de tren para volver al hotel me di cuenta de que por allí se reúne la gente para salir de fiesta.

Por otro lado, como dije al principio, la excusa para ir a Berlín fue correr su maratón, pero no quise en ningún momento dejar de sacarle el jugo al fin de semana por ese hecho. Finalmente, tanto el viernes como el sábado los pasamos sin parar de ver cosas, como ya va quedando patente, pero intentamos que el ritmo fuera algo más pausado que otras veces y también intentamos reducir un poco las caminatas. Aún así, nos dimos unos cuantos paseos que son ineludibles. El mejor fue el que nos llevó desde la Isla de los Museos hasta la Puerta de Brandenburgo a través de Unter den Linden (por desgracia, el mítico bulevar estaba en obras y no lo pudimos disfrutar en todo su esplendor).


El punto de partida del paseo fue el Lustgarten, allí echamos un buen rato.


Caminando por Unter den Linden llegamos hasta la Pariser Platz y, tras atravesar la Puerta de Brandenburgo, paramos en la Platz des 18. März, el punto de llegada del Maratón de Berlín.


Allí estaban acabando de montar toda la parafernalia de la meta y se encontraban ya funcionando a pleno rendimiento un montón de negocios ambulantes de comida rápida.


Nosotros ya habíamos almorzado, por lo que nos adentramos en el Tiergarten y echamos en él una relajada hora. Este parque es enorme, así que nos quedamos en su parte este, en concreto estuvimos en una zona llamada Grosse Hain en la que había una pradera que invitaba a la siesta.


Todo lo hicimos con calma, finalmente cumplí el objetivo de no machacarme en exceso, pero el domingo inevitablemente se notó la actividad de los dos días anteriores. De hecho, el sábado por la tarde nos dimos otro buen paseo desde los alrededores de Checkpoint Charlie hasta la Postdamer Platz, recorriendo parte de Leipziger Strasse, otra gran avenida que es paralela a Unter den Linden por el sur. Allí presenciamos, casi sin querer, la prueba de patines en línea que se celebra en el marco del Maratón de Berlín, prácticamente por el mismo circuito. Primero vimos a los patinadores que iban en cabeza, pero luego empezaron a pasar miles de rollers más, muchos de los cuales ya eran evidentemente sufridos populares. Verlos fue como un recordatorio de que yo, al día siguiente, también tenía un trabajito que hacer.


En cualquier caso, como contaré en el próximo post, lo que torció un poco más de la cuenta el maratón no fue el cansancio de piernas, que estaba asumido, sino los problemas de estómago. Realmente, durante todos los días en Berlín intenté minimizar la ingesta de alimentos contraproducentes, las cenas las hicimos en la habitación del hotel y lo que compré en el supermercado para tomar por la noche fue de lo más suave, y para los desayunos fui muy cuidadoso con el bufé del hotel. Las comidas, sin embargo, fueron otro cantar, aunque realmente solo la primera fue poco apropiada, ya que me comí una salchicha en un puesto callejero que estaba cerca de la Puerta de Brandenburgo (me tomé una Berliner Currywurst mit Brötchen, para ser exactos).


El entorno para comer fue alucinante, nada más que por eso mereció la pena, pero la salsa que le echaron al perrito caliente picaba a saco y acabé echando fuego por la boca.


Como era viernes a mediodía pensé que el exceso de pique y la dosis de comida basura no iba a tener consecuencias y, de hecho, no tengo muy claro que ese bombazo fuera el responsable del desastre estomacal del domingo, pero el sábado volví a almorzar una comida muy picante y quizás ahí sí que traspasé ya la línea roja. La verdad es que en ese almuerzo tuve mala suerte, porque comimos en la Trattoria Da Vinci, un restaurante italiano con una amplia carta.


Mi idea era comerme un plato de pasta ligera y por ello pedí unos spaghetti aglio e olio. Esa receta me encanta, incluso la hago en casa a veces y la he comido en muchos restaurantes, pero nunca la había probado tan tremendamente picante (la receta lleva ajo y guindilla, suele tener un toque picantón, pero la pido mucho y no es normal salir del restaurante con la boca como el infierno). En cualquier caso, en la trattoria estuvimos muy a gusto.


Aparte de la comida, también traté de tener cuidado con la bebida. Por ello apenas si tomé otra cosa que agua en los dos días previos a la carrera (salvo con la salchicha), aunque el domingo, una vez que ya había corrido, a última hora de la tarde sí me tomé una cerveza alemana como está mandado.


Para acabar, quiero dedicarle unas palabras al lugar donde dormimos, el Hotel Abba Berlin. Como esta vez planeamos el viaje a través de una agencia, que es la única manera de correr el Maratón de Berlín, pues no tuve nada que ver en la elección del alojamiento, pero la verdad es que estuvo al más alto nivel: dormimos los cuatro en una misma habitación (al reservar con varios meses de antelación nos pudimos quedar con la única junior suite del hotel), la misma era enorme y rayaba la perfección en cuanto a comodidades y a estado general, el desayuno bufé estuvo de diez, el trato del personal fue magnífico, es un hotel que está muy bien situado y, además, incluso hicimos uso del gimnasio, que estaba simpático (las niñas quisieron bajar y echamos en él un rato, no había nadie y pudimos divertirnos sin molestar).


En definitiva, los tres días en Berlín estuvieron un poco condicionados por mi participación en el maratón, pero no quise que esa circunstancia nos impidiera disfrutar de la ciudad y, por ello, prácticamente hicimos planes turísticos normales, no tan exhaustivos como otras veces, pero sí bastante completos. Me gustaría volver a la capital alemana algún día, porque es una ciudad que da para mucho, pero de momento me fui con la sensación de que había podido vivir la ciudad de una manera apropiada.



Reto Viajero PRINCIPALES CIUDADES DEL MUNDO
Visitado: BERLÍN.
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% de las Principales Ciudades del Mundo ya visitadas: 18%.


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