12 de septiembre de 2022

TOMARES 2022

No escribía acerca de Tomares desde antes de la pandemia. Después, había vuelto en un par de ocasiones, para ir a casa de mi amigo Dani, pero esas veces no hice nada relevante que se mereciera un post. El pasado martes, sin embargo, viví una jornada auténticamente cojonuda en dicho pueblo, y tres días más tarde, como si lo hubiera planeado ex profeso, estuve con todos mis amigos en la urbanización tomareña en la que me crie. Esto último, de nuevo no habría dado, de por sí, para escribir sobre ello, pero, ya que pasé una velada entrañable en la Urbanización El Mirador, no puedo dejar de hacer mención a ese rato, aunque el grueso de este artículo vaya a estar centrado en el plan del martes. De hecho, voy a poner hasta una foto de grupo.


Pues sí, en esa foto, además de María, Ana y Julia, salen mis seis amigos de toda la vida, con sus parejas y con toda su prole. Resulta difícil que nos juntemos todos. Hubo un momento en el que el grado de dispersión de la mayoría, por Andalucía, por España, y por el mundo, hacía casi imposible una reunión total. Ahora, como la cabra tira al monte, salvo uno, todo los demás han vuelto al Aljarafe sevillano. En Tomares solo viven dos, y sus casas no están en El Mirador, pero lo cierto es que nos seguimos reuniendo de tarde en tarde en el Club Social de nuestra urbanización de toda la vida. En esta ocasión hicimos pleno. 

El caso es que regreso cuando puedo a El Mirador y siempre le echo un tierno vistazo al lugar donde viví entre los 9 y los 19 años. Ha cambiado un poco, pero no lo suficiente. Sin embargo, sus alrededores sí lo han hecho. Sin ir más lejos, la Calle El Palancar, donde logré aparcar el otro día, así como la Calle Molino, que es la que bordea El Mirador por el este, están irreconocibles. Tampoco es que hayan mutado tanto desde la última vez que anduve por Tomares, pero es que yo tengo grabado en la memoria el aspecto de toda esa zona a principios de la década de los 90 del siglo XX, y ahí sí que hay diferencia.

Pero vayamos al grano, porque si no me voy a poner en plan abuelo cebolleta, y no se trata de eso. A lo que iba es a que el martes, por segunda vez en cinco años, una etapa de la Vuelta Ciclista a España acabó en Tomares.


Yo me mudé a Tomares en 1983, cuando en esta población aljarafeña vivían menos de 6.000 personas. Ahora cuenta con 25.000 habitantes. Tampoco es que sea una locura, pero lo que sí llama la atención es que, desde hace casi una década, Tomares es el pueblo más rico de Andalucía y se encuentra entre los 60 de España con mayor renta per cápita. Un simple paseo por su centro urbano ya deja traslucir que, en el municipio, hay bastante gente con dinero, que es capaz de pagar buenos impuestos. Estos, a su vez son reinvertidos en mantener las calles impecables. 


Todo esto lo cuento para tratar de explicar como es posible que Tomares haya podido albergar el desenlace de una etapa de la Vuelta Ciclista a España dos veces en tan poco tiempo, con lo que eso cuesta. Se ve que hay poderío económico en el pueblo. Aparte, tengo que recordar, antes de pasar a enrollarme, que el ciclismo me encanta. En 2017 hablé de ello en el post que le dediqué a Tomares, la otra vez que acabó allí La Vuelta. Luego, intenté repudiar al deporte de la bici, pero lo cierto es que me sigue gustando. No lo puedo evitar. Por eso, este 2022 me he volcado de nuevo con el Tour de Francia, y tenía previsto hacer lo propio con la ronda española, cuando me enteré de que la etapa 16 iba a acabar en Tomares. En 2017 ya viví intensamente un final de etapa allí, pero ahora decidí darlo todo de verdad. En consecuencia, tras salir del trabajo, me eché una mochila al hombro y me planté con mucha antelación en el entorno de la meta, con la idea de ver bien todo lo que se cuece en sus alrededores, en ese tipo de circunstancias. Dado el plan hardcore que estaba dispuesto a vivir, en esta ocasión María y las niñas optaron por quedarse en casa. Por lo que a mí respecta, aproximadamente a las 15'00 horas llegué a Tomares, saludé a Bombita, que sigue impertérrito en su Monumento, en la Rotonda que lleva su nombre, y me adentré en el centro de la localidad.
 

No obstante, mi destino no era el meollo tomareño, dado que la carrera ciclista no acababa en él, sino en la Avenida del Aljarafe. Esta es una calle larga y ancha, que tiene suficiente capacidad como para albergar el final de una etapa de La Vuelta. Antaño era el límite urbanizado del pueblo, pero después se construyeron cientos de adosados más allá, y en la actualidad ejerce de frontera entre el centro de Tomares y el sector de las casitas unifamiliares que se extiende por el extremo sur del municipio. En todo caso, yo tenía que comer, por lo que, antes de ir a apostarme a las inmediaciones de la meta, me compré un bocadillo y me dirigí a la bonita zona que rodea la Plaza de la Constitución. En la comarca del Aljarafe sevillano, en los siglos XVII y XVIII proliferaron las fincas para el cultivo y la explotación de los campos de olivos. En Tomares había quince haciendas dedicadas a esa actividad a mediados del siglo XVII. En el pasado, ya he hablado de alguna. Ahora toca hablar de lo que queda de la Hacienda Zaudín Bajo, que fue demolida, aunque se conservan partes, precisamente en el entorno de la mencionada plaza. Efectivamente, hoy día, la Plaza de la Constitución es uno de los epicentros de Tomares. Por su lado norte, la cierra el Callejón de la Chipi, que acaba en la portada de la antigua hacienda, y por su lado oeste el límite lo marca un paño almenado del muro de la desaparecida finca. Otro pintoresco callejón que acaba con un arco, denominado Pasaje Párroco Ramón Diez de la Cortina, separa ese trozo de cercado de la Iglesia de Nuestra Señora de Belén.


En el extremo sur de la Plaza de la Constitución está situado el Auditorio Municipal Rafael de León. Pegado a este hay una zona verde, llamada Parque Montefuerte. Allí acudí a comerme el bocata que llevaba, y en ella ya me encontré con el primer detalle relacionado con la carrera. 


En efecto, en la foto, tomada desde el banco en el que me comí mi bocadillo, se ve a dos personas con camisetas rojas, tumbadas en el césped. No eran dos borrachines, ni dos estudiantes haciendo pellas... Eran dos operarios de La Vuelta, de los que cada día montan y desmontan todas las infraestructuras que rodean la carrera. Fuera de plano había otro, sentado en un banco, que en vez de dormir estaba leyendo un libro. Claramente, ese era el momento de asueto de los tres, tras haber estado trabajando hasta unas horas antes, en el montaje del tinglado. Tirados en el parque, estaban a la espera de que llegaran los corredores y se acabara todo, para ponerse a currar de nuevo, con el objetivo de dejar Tomares como si no hubiera pasado nada.

Tras ese primer contacto con los intríngulis de La Vuelta, que es una de las cosas que yo iba buscando ver, me tomé un café en el Quiosco Lobo Feroz, que está dentro del Parque Montefuerte, y salí por la puerta sur del recinto, siguiendo a la megafonía, que ya atronaba el ambiente. Así, con hora y media de antelación me planté en la recta de meta. 



En ese momento, los ciclistas estaban a 81 kilómetros de la llegada. Cuando se sale al paso de la carrera, en algún punto intermedio del recorrido, uno está más perdido con respecto a esta, pero en la meta pude seguir la evolución de la etapa en una gran pantalla que había colocada allí.


Eso me entretuvo y posibilitó que estuviera en todo momento bien informado. Dada la hora que era, yo pensé que podría ponerme muy cerca del arco de llegada, pero lo cierto es que me encontré con bastante gente más fatiga, incluso, que yo. Por eso, dado que mi prioridad era colocarme en primera línea, justo detrás de las vallas, me tuve que situar a 100 metros de la meta. No está mal. El sitio era bueno, y, a la postre, resultó ser un lugar que pasaría a la pequeña historia del ciclismo.


No obstante, antes de que llegaran los ciclistas, tuve tiempo de entretenerme observando el ambiente. Eso alivió el calorazo, y me hizo olvidar, a ratos, que el sol caía a plomo sobre mi cabeza. También pude comprobar hasta que punto los finales de etapa son lugares perfectos para los mitómanos. En efecto, durante los 80 o 90 minutos que estuve a pie quieto en mi posición, un speaker de la organización no paró de amenizar la espera. También animó el cotarro una especie de pasacalles de actores, que llevaban zancos y pistolas de agua. Sin embargo, para mí los verdaderos protagonistas de los momentos de espera fueron varios ex-ciclistas que rondaban por allí. A algunos los entrevistó el speaker. Yo lo tenía a 100 metros, pero esa distancia no era demasiada, por lo que, además de oír lo que decían por megafonía, pude ver a lo lejos a los entrevistados. Uno fue Óscar Freire, que está entre los cuatro o cinco mejores ciclistas que ha dado España. Otra fue Dori Ruano, de la que se puede decir lo mismo que de Freire, pero en mujeres. Después, el speaker se explayó, en especial, en la entrevista a David Martín, que es un joven corredor de Mairena del Aljarafe, que compite desde 2021 en las filas del Eolo-Kometa Cycling Team, un equipo modesto, pero profesional. Siendo de Mairena, el chaval estaba casi en casa, y contó cosas interesantes. Aparte, mientras esperaba, vi pasar andando, a un metro de mí, a Alberto Contador, e igualmente pasó en bici (aunque iba en vaqueros) Alexandre Vinokourov. Ambos son dos de los mejores ciclistas de la historia. Contador brilló más (ahora es comentarista de televisión y tiene una fundación que está ligada al ciclismo), pero Vinokourov fue un clásico de los podios, en las grandes carreras, a lo largo de quince años (en la actualidad es el capo del equipo Astana). Verlos a mi lado, aunque fuera un instante, fue flipante.

Pese a todo, lo mejor estaba por venir. Según se acercaban los corredores, la excitación fue creciendo. Al final, los alrededores de la meta estaban abarrotados, pero yo llevaba allí mucho rato y, gracias a eso, mantuve mi sitio de privilegio. En la pantalla gigante pude reconocer perfectamente por donde iba la serpiente multicolor en los últimos kilómetros, por lo que supe, en todo momento, cuando iba a llegar. Desde el primer kilómetro habían ido escapados dos españoles, pero les habían pillado a 14 de meta. A 2.500 metros del final, en el mismo repecho donde me puse con María y con las niñas en 2017 para ver el paso de los corredores, atacó Primož Roglič, que luchaba por la general. Su arrancada provocó una escabechina apañada en el pelotón, a la que solo pudieron responder otros cuatro ciclistas, entre ellos Mads Pedersen, el esprínter favorito a la victoria de etapa. Los cinco se tiraron a lo loco por las calles de Tomares y desembocaron en la última recta como una locomotora.


Es difícil de explicar el subidón que me dio cuando vi pasar, en pleno sprint final, a los cinco kamikazes a un metro de mi. Fue un segundo, porque irían a 70 kilómetros por hora, pero fue alucinante. Tanto, que mi mirada los siguió hasta que Mads Pedersen levantó los brazos como ganador, 100 metros más allá. En ese momento me giré y me encontré con este impactante cuadro:


La foto es mía, no la he sacado de Internet. El de la imagen es Primož Roglič, que se había pegado un leñazo de campeonato, justo delante de mis narices, en pleno sprint final. El esloveno tiene un palmarés brutal. Por no alargarme, voy a resumirlo diciendo que en los últimos cuatro años ha vencido tres veces la Vuelta Ciclista a España, ha quedado segundo en un Tour de Francia y tercero en otro Giro de Italia. Este verano se cayó en el Tour, cuando luchaba por ganarlo, se vio obligado a abandonar y llegó muy justito a La Vuelta. Por eso, empezó regular, pero fue cogiendo la forma poco a poco y pretendía recuperar el tiempo perdido, para luchar por la victoria en la general. Con esa idea, en Tomares atacó en el repecho y se tiró hacia adelante a lo loco, buscando recortarle unos segundos al líder. Durante los últimos dos kilómetros se colocó el primero de los cinco que abrieron hueco, para conseguir ampliar al máximo la diferencia. Paradójicamente, como no iba a luchar por la victoria de etapa (su aspiración era más alta), en la recta de meta dejó pasar a sus cuatro acompañantes y se puso a cola de ese grupito. No se iba a meter en el fregado del sprint, pero a 100 metros del final, justo donde yo estaba, se pegó demasiado a Fred Wright, se chocó con él y se fue al suelo. Roglič se incorporó a toda velocidad, en plan autómata, casi por instinto, pero estaba tocado. Me dio lástima ver como se montaba torpemente en la bici, aturdido por el golpe, por el calor y por el esfuerzo que llevaba encima. Era un zombi. Las gafas se le quedaron mal puestas en la cabeza y ni siquiera tuvo capacidad para ponérselas bien. El hombre, que dejó manchas de sangre en el asfalto, se levantó, dando muestras de un espíritu combativo encomiable y de una profesionalidad brutal, y solo se preocupó de subirse en la bicicleta para recorrer el centenar de metros que le quedaban. Lo hizo a duras penas, pero lo logró. No obstante, al día siguiente no pudo tomar la salida. No se había partido ningún hueso, pero con semejante trompazo en el cuerpo era imposible que pudiera seguir en carrera.

Una vez que vi marchar a Roglič, mi atención se centró en intentar reconocer a otros corredores. En el momento reconocí, por ejemplo, a Thibaut Pinot. Entró en un grupo importante, que perdió 1:43 con respecto a los primeros.


Al verlos pasar reconocí igualmente a Alejandro Valverde, a Remco Evenepoel y a Chris Froome. Tomares es un pueblo con buenas cuestas y, a partir del repecho en el que había atacado Primož Roglič, la carrera se había desbocado y se había roto. Por eso, en meta no entró un pelotón agrupado, sino que fueron llegando los ciclistas dispersos, reunidos en pequeños grupos o en solitario, pero separados por escasos segundos. Esa circunstancia favoreció que me diera tiempo a reconocer a los que he comentado, y que me pudiera fijar en los dorsales de otros, a los que luego pude poner nombre. Así, se que vi pasar a Kaden Groves y a Alessandro De Marchi, en los últimos puestos y cada uno en solitario, pero no muy descolgados. Los dos últimos en entrar, a 7:43, fueron Thomas Champion y Daryl Impey. Desde que Mads Pedersen pasó hecho un torpedo, todo sucedió muy rápido. Como digo, los corredores fueron apareciendo en grupitos, y eso también favoreció que pudiera echar unas cuantas fotos. En la siguiente, se ve a un mini pelotón que entró a 53 segundos de los primeros, en el que iban tirando Jetse Bol y Óscar Cabedo, que son los dos del equipo Burgos-BH que iban de morado. 


Gianni Vermeersch, del Alpecin-Deceuninck, llegó solo, haciendo de puente entre el grupo anterior y el de Thibaut Pinot.


Tras la entrada de los últimos, también pude ver como algunos ciclistas desandaban la recta de meta para ir a buscar sus autobuses. Los de la siguiente foto son Rubén Fernández y Jesús Herrada, corredores del equipo Cofidis.


Cuando la cosa se calmó, la gente se empezó a ir y yo aproveché para acercarme al podio. He visto en directo un buen número de etapas de la Vuelta Ciclista a España, y también una del Giro de Italia, pero nunca había presenciado en directo una ceremonia de premiación. En esta pude ver a Mads Pedersen, como ganador de la jornada, y a Remco Evenepoel, que era el líder de la general.



Hablando de nombres conocidos, también vi a Óscar Pereiro dando los trofeos. Pereiro ganó el Tour de Francia de 2006, después de colocarse líder gracias a una fuga bidón, de aguantar el tipo, acabando segundo aquella carrera, y de hacerse con la victoria final tras la descalificación por dopaje de Floyd Landis. Aparte, para dar los premios subieron igualmente al podio Canales y Alex Moreno, dos jugadores del Betis (son los dos de naranja en la foto inmediatamente superior). Verlos fue una inesperada sorpresa. Para acabar, cuando me iba pasé por debajo de la cabina de RTVE y vi, arriba, al gran Pedro Delgado. Desde luego, mi vertiente mitómana se fue a gusto de Tomares.


De hecho, mientras iba de regreso al coche aún tuve tiempo de ver como se marchaba el autobús del Lotto-Soudal.


En definitiva, fue una jornada genial. Acabé reventado, pero la verdad es que me lo pasé pipa. Con respecto a Tomares, mientras iba de camino al coche no pude evitar dar un pequeño rodeo para recorrer la Calle Las Vides. Cuando vivía en el pueblo y estaba en el instituto, en esa calle había una academia de inglés, a la que fui tres años. Iba a ella andando, dos días a la semana, por lo que fueron muchos los paseos que me di hasta ese lugar. No tengo malos recuerdos de aquellas clases, por lo que me apeteció desviarme, para ver la casa adosada donde estaba la academia.


Lo cierto es que la academia de inglés ya no está. Ahora el adosado es una vivienda normal y corriente. Sin embargo, el simple hecho de pasar por la calle me puso nostálgico. Fue una bonita manera de despedirme de Tomares, hasta la próxima vez que me deje caer por allí, que no será dentro de tanto.


Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado TOMARES.
En 1983 (primera visita), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 1'9% (hoy día 65'7%).
En 1983 (primera visita), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'2% (hoy día 21'3%).


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