En 2010, alcanzó de lleno a Europa la crisis financiera que se había iniciado tres años antes en EEUU. En el Viejo Continente, el golpe afectó sobre todo a Irlanda, a Portugal, a España, a Chipre y a Grecia. Las finanzas de estos estados entraron en barrena, en mayor o menor medida, lo que provocó que tuvieran que pedir dinero a sus socios de la Unión Europea y al Fondo Monetario Internacional. De los cinco países, España fue el que necesitó un socorro más limitado, o al menos recibió fondos de una manera diferente, ya que la línea de crédito que se le concedió estaba destinada a echarle un cable a los bancos. Formalmente, España no fue rescatada, sino que se benefició de un programa de ayuda financiera. En cambio, las cuatro naciones restantes sí se acogieron a planes de rescate. En el marco de los mismos, a Chipre se le concedieron 10.000 millones de euros, a Portugal 78.000 y a Irlanda 85.000. Grecia, por su parte, estaba tan mal, que tuvo que solicitar tres préstamos, uno de 110.000 euros en 2010, otro de 130.000 euros, en 2012, y un tercero en 2015, que elevó a 288.000 la cuantía de millones que fueron inyectados en la economía helena.
Yo he pasado una semana en Grecia este mes de julio, y aparte de quedarme sin aliento varias veces, gracias al nivel que alcanzan algunos de los prodigios patrimoniales que atesora, también me ha llamado la atención hasta que punto el país sigue golpeado por las secuelas de los rescates. En efecto, Grecia recibió una morterada de pasta, y a cambio acometió las reformas que se le exigieron, de manera que ha reducido su déficit, tras una década de austeridad, pero, además de ese recorte del gasto, los griegos han tenido que devolver los préstamos, por lo que llevan años viviendo al límite. Eso se advierte rápido. Es evidente que en Grecia, el nivel de vida general no es el de muchos estados de África ni el de la India, pero tampoco se puede negar que la pobreza está presente por doquier. No obstante, de esto hablaré en el post que le voy a dedicar a Atenas, que es donde todo es exagerado en mayor medida.
Aparte, en Grecia, también he notado las carencias en el hecho de que no hay dinero para tonterías. Por ejemplo, el asfalto de las carreteras se encuentra en buenas condiciones, pero lo que hay al acabar el arcén está sucio y asilvestrado. Así, en las vías de comunicación se ve que se ha gastado el caudal en lo básico, que es que se pueda circular, pero adecentar sus márgenes no es esencial, y no se ha realizado desde hace años. En general, se percibe que no se invierten recursos en matizar la ruina de lo que no es fundamental. Tan solo se abandona, sin medias tintas. Esto, de nuevo es más palpable en Atenas, por lo que volveré sobre ello a su tiempo. Ahora, me voy a centrar en describir lo que he visto en otros puntos de Grecia.
Tengo que decir, que yo no tenía planeado dejarme caer por Grecia este verano, y que la posibilidad de darme una vuelta por la cuna de la civilización occidental surgió hace apenas un mes y pico. En efecto, a mediados de junio, mi madre decidió que quería cumplir su sueño de visitar el país heleno. Mi padre, que falleció hace un año, jamás quiso ir allí. Para él, Grecia, más que un lugar lleno de maravillas por descubrir, era una letal combinación de caos y calor. A él, te lo podías llevar sin problema a las Islas Shetland, o al norte de Alemania en invierno, pero las altas temperaturas y la falta de control le aterraban. En consecuencia, mi madre, que en cierto sentido es una mujer de su época, nunca se planteó pisar Grecia... hasta el mes pasado.
Ya he hablado de Ispavilia en repetidas ocasiones, y no me voy a repetir. Ahora, solo voy a decir que esta empresa, dedicada al turismo cultural, pasó hace un par de años de inventar rutas por Sevilla, a llevar grupos a ciudades europeas. En diciembre, mi madre quiso probar, a ver como tenían montado el tema de los viajes, y se apuntó a uno a Madrid. Dado que no estaba muy segura de que fuera a poder seguir el ritmo colectivo, me pidió que la acompañara, por si acaso. Yo le dije que sí, por lo que tuve la oportunidad de superar mis prejuicios con respecto a los tours organizados, puesto que todo salió de maravilla. En vista de eso, en junio, mi madre decidió ir un pelín más allá, y me volvió a pedir que la escoltara en un periplo de Ispavilia, pero esta vez a Grecia. De nuevo, no me podía negar.
Pese al buen hacer acreditado de Ispavilia y al atractivo que tiene ir a Grecia, sea como sea, la verdad es que iba algo temeroso de que la experiencia fuera a ser una mierda. Me hubiera jodido que el viaje se hubiera convertido en una sucesión de visitas cutres. Por suerte, no solo no ha sido así, sino que la tournée me ha gustado por partida doble. Por un lado, me he quedado con la impresión de que he podido profundizar suficiente en lo que he visto. Sin embargo, la cosa ha ido más allá, dado que el hecho de estar una semana de ruta con otras 34 personas y con dos guías, además ha enriquecido lo vivido a nivel humano.
En efecto, he conocido a un heterogéneo grupo de personas, cada una de su padre y de su madre, con las que he compartido la mayor parte del día, y con las que he creado un vínculo especial. No significa que haya hecho amistad con todos, pero no cabe duda de que hemos disfrutado de una experiencia bastante intensa, que ha provocado que la vivencia haya dejado una huella más profunda que si hubiera viajado solo.
Dicho esto, voy a relatar qué es lo que vimos en los días que anduvimos por Grecia. Atenas tendrá su post especial, por lo que voy a mantenerla al margen de momento. No obstante, más allá de los límites de la capital, también tuvimos la oportunidad de ver una serie de tremendas maravillas. El grueso de las visitas las hicimos con dos guías, como he comentado de pasada, lo cual las ha potenciado mucho. Uno de ellos era Jesús Pozuelo, responsable de Ispavilia, que venía con nosotros desde Sevilla. A diferencia de lo que suele ser habitual, él esta vez estuvo, durante bastante rato, en un discreto segundo plano, porque en Grecia es obligatorio que los grupos organizados estén conducidos por un cicerone local, lo que implica que nos acompañó un griego, que fue el que llevó la voz cantante la mayor parte del tiempo. En efecto, a lo largo de una semana nos guio Giordani, un señor de unos 60 años, con más tiros dados en Grecia que John Wayne en una película de vaqueros. Giordani, no solo habla un español casi perfecto, sino que conoce su país al dedillo. Se ve que se lo ha pateado de arriba a abajo, y que tiene una capacidad manifiesta para entrarle a los griegos con los que se cruza. Su presencia ha sido fundamental, para que le hayamos sacado el jugo a la experiencia. Además, dado que la mayoría viajábamos con Ispavilia porque nos gusta la particular manera que tiene Jesús Pozuelo de dirigir y de guiar las visitas, de inicio fuimos un poco reticentes a que Giordani tuviera tanto protagonismo, pero él supo despojarse del papel de usurpador, con una entrega física espectacular, con una gran naturalidad, con unos vastos conocimientos y con un sentido del humor muy fino. Al principio, todos estábamos con la mosca detrás de la oreja, pero al final se hizo un hueco en nuestros corazones.
El caso es que hemos estado tres días y medio recorriendo parte de Grecia. En ese tiempo, echamos buenos ratos de autobús, pero eso estaba asumido, porque no había más remedio que desplazarse de un lado a otro. Además, para los trayectos largos se aprovecharon, casi siempre, las horas de después de almorzar, por lo que no se me hizo pesado.
Voy a ir desgranando, poco a poco, lo que fuimos viendo, pero antes quiero aclarar que Grecia se divide en trece periferias (esa es la unidad administrativa equivalente a las regiones, en otros estados, y a las comunidades autónomas en España), que a su vez se subdividen en unidades periféricas (similares a las provincias de nuestro país).
El primer lugar donde dormimos, fuera de Atenas, fue en Arájova. Se trata de un pueblo de unos 2.500 habitantes, que está en Beocia, una de las unidades periféricas de la periferia denominada Grecia Central. La localidad se halla en las laderas del Monte Parnaso.
El Monte Parnaso es el mitológico lugar de residencia de Apolo y de las musas, por lo que empezamos genial. Sin embargo, nosotros dormimos en Arájova por una razón bastante más prosaica, que fue que en esa montaña, hoy día, se ubica la mayor estación de esquí de Grecia. Sus instalaciones no tienen la entidad de las de otros resorts invernales europeos, pero, a pequeña escala, todo su entorno se ve afectado por su presencia. En ese contexto, Arájova ejerce de base de operaciones para esquiar, lo que le imprime un cierto aire de pueblo de montaña bien puesto, y está preparado para acoger a turistas aficionados a los deportes de invierno. No obstante, en nuestro caso estuvimos en temporada baja, por lo que vimos una buena cantidad de bares y de tiendas, pero el ambiente era de tranquilidad total.
.
Nosotros arribamos al hotel a media tarde, y yo me habría ido sin ver las calles del pueblo, si no me hubiera aventurado, junto con mi madre y con otras dos compañeras del grupo, a recorrer el kilómetro en cuesta que separaba el alojamiento del comienzo de la población. Una vez allí, anduvimos entera la Calle Delfon que la atraviesa, y llegamos hasta la parte en la que la misma deja de tener casas a uno de sus lados y se abre a la ladera del Monte Parnaso, mostrando unas vistas muy bonitas.
Tras regresar al hotel y ducharme, ya me uní al grupo de nuevo, para ir a ver el cercano Yacimiento Arqueológico de Delfos.
Delfos, en la antigüedad, no era una ciudad, sino un santuario, que estaba dedicado a Apolo. Su importancia era tal, que para los antiguos griegos allí se situaba el ombligo de la tierra. En la práctica, lo que había en ese emplazamiento era un lugar sagrado, en el que se le pedían vaticinios al dios, a través de una pitonisa. La misma se encontraba físicamente en el interior del Templo de Apolo.
A Delfos acudían personas de andar por casa, para encontrar orientación sobre temas que les quitaban el sueño, pero también poderosos, que usaban el oráculo para proveer de sanción divina sus dictámenes. En consecuencia, allí se ratificaban leyes, se aprobaba la fundación de ciudades o se tomaban resoluciones bélicas. Por otro lado, en ese sitio se celebraban los Juegos Píticos, que fueron uno de los cuatro juegos panhelénicos que se disputaron en la Antigua Grecia, junto a los Olímpicos, a los Nemeos y a los Ístmicos. El Santuario de Delfos era, por tanto, uno de los epicentros de la Hélade.
El periodo de máximo apogeo del oráculo de Delfos acaeció entre los siglos VII y V a. C. No obstante, su vida se alargó mucho, hasta que fue clausurado por el emperador romano Teodosio en el 390 de nuestra era. En la actualidad, los restos del Santuario están muy castigados por el paso de los años. Sin embargo, dado que se trata del lugar más excavado de Grecia, es muy fácil comprender qué era lo que sucedía en Delfos, visitando el Yacimiento Arqueológico. De hecho, nosotros hicimos el mismo recorrido que hacían los peregrinos. Por eso, fuimos viendo, sucesivamente, la Fuente de Castalia (el manantial donde se purificaban, antes de acceder al recinto sagrado), los habitáculos, junto a la entrada, en los que se piensa que se vendían exvotos a los que acudían al oráculo, así como los denominados tesoros, que eran unos edificios construidos por las ciudades, en los cuales se guardaban los exvotos que llegaban de cada una (destaca el Tesoro de Atenas, que es el de la tercera foto que he puesto abajo).
Recorriendo la Vía Sagrada, llegamos hasta el Templo de Apolo, que era el corazón del Santuario, y, por último, nos asomamos al Teatro de Delfos. En este, se celebraban los concursos de poesía y de música, que se integraban en los Juegos Píticos, al mismo nivel que las competiciones deportivas.
Todo lo que he nombrado lo visitamos con bastante detenimiento, pero en el Yacimiento de Delfos hay muchos otros edificios en ruinas y monumentos, que no alcanzamos a ver. Lo más significativo a lo que no pude echarle el ojo es, sin duda, el Estadio.
En cambio, sí entramos en el Museo Arqueológico de Delfos. En Grecia, los yacimientos arqueológicos tienen al lado un museo, perfectamente dotado, en el que se puede apreciar, sin sacarlo de contexto, todo, o casi todo, lo que se ha extraído de las excavaciones. En ese sentido, el sistema se encuentra a años luz de lo que yo he visto en España. El Museo Arqueológico de Delfos está repleto de joyas, que se han desenterrado en el Yacimiento Arqueológico de Delfos, por lo que es uno de los espacios expositivos más visitados de Grecia. En él, destaca sobremanera El Auriga de Delfos.
Por desgracia, ni de este, ni de los otros museos me puedo dedicar a poner fotografías de todo lo que me llamó la atención, porque no acabaría. Por eso, solo voy a subir alguna imagen de lo muy importante, y me limitaré a nombrar lo que me gustó en mayor medida. En el Museo Arqueológico de Delfos, lo que más me impactó fueron las estatuas de Cleobis y Bitón, atribuidas a Polímedes de Argos, el Kylix de Apolo y el Cuervo, y, por supuesto, la Esfinge de Naxos.
El día después de ver el Yacimiento Arqueológico de Delfos, hicimos un paréntesis en el recorrido por los restos de la Antigua Grecia, y visitamos dos de los monasterios que se conservan en Meteora, pero antes, a modo de introducción, en la misma región de Beocia nos detuvimos en el Monasterio de Hosios Loukás.
Yo jamás había oído hablar de Hosios Loukás, por lo que entré a verlo sin ninguna expectativa. Pronto, descubrí que está declarado Patrimonio de la Humanidad, dado que aúna un estado de conservación impecable, con una cantidad importante de mosaicos sobre fondo dorado y frescos, originales del siglo XI, que constituyen una de las manifestaciones más sobresalientes del arte bizantino.
El cenobio fue fundado en el siglo X por el eremita Lucas Taumaturgo, el futuro San Lucas, y no ha dejado de estar activo desde entonces, a pesar de que fue bombardeado en la Segunda Guerra Mundial, y de que se quemó, en parte, el pasado verano. Con respecto a esto, lo cierto es que, al realizar la visita, vimos que los restos de vegetación quemada llegaban hasta los edificios, pero estos parecía que se habían salvado milagrosamente. Luego, he sabido que algunos, entre los que creo que estaban las celdas de los monjes, sí fueron pasto de las llamas, pero los han reconstruido tan rápido y tan bien, que no se nota nada. Por fortuna, las iglesias y la cripta, que son los lugares emblemáticos del Monasterio, salieron indemnes, pese a que el fuego devastó las edificaciones colindantes.
En concreto, en la foto de arriba, la edificación que aparece al fondo es nueva, pero la de la derecha, que es la Iglesia de San Lucas y conserva los mosaicos, se salvó por completo.
Por lo que respecta a la Cripta de Santa Bárbara, en ella está enterrado San Lucas, así como otros superiores del Monasterio, pero lo relevante es que en sus techos se conservan los impresionantes frescos del siglo XI.
Encima de la Cripta está la mencionada Iglesia de San Lucas. En ella, descollan los suelos de mármol y de jaspe. No obstante, son los techos los que dejan sin habla, tanto los del nártex de la iglesia (abajo, en la foto de la izquierda), como los de las nave, el transepto y la cúpula del templo.
Conectada por dentro con el katholikón o iglesia principal, el Monasterio cuenta con un segundo templo, denominado Iglesia de la Virgen María.
Hubo dependencias del Monasterio de Hosios Loukás que no visitamos, como, por ejemplo, el museo, pero lo más importante lo recorrimos con suficiente calma. Aparte, fuera del cenobio propiamente dicho, hay una amplia explanada, que se abre a la vasta inmensidad que lo rodea. Las vistas desde ella son espectaculares.
El Monasterio de Hosios Loukás nos sirvió de preámbulo a uno de los platos fuertes del tour heleno, ya que al día siguiente cambiamos de región, y nos fuimos hasta Tesalia, para visitar unos monasterios que están entre los más famosos del mundo. Se ubican en una unidad periférica denominada Trikala, y se encuentran situados prácticamente en el centro geográfico de Grecia, en una formación rocosa apabullante, bautizada como Meteora.
Meteora se gestó a lo largo de miles de milenios. Para empezar, durante el Jurásico y el Cretácico esa zona estaba bajo el mar, en una porción de tierra sumergida poco profunda. Hace 60 millones de años, ya en el periodo Paleógeno, una serie de movimientos de la corteza terrestre elevaron ese pedazo de lecho marino hacia arriba, formando una meseta y dejando al descubierto una capa de conglomerado de arena arenisca endurecida, llena, eso sí, de fallas y de grietas. En el transcurso de decenas de cientos de siglos, la erosión del agua y del viento, así como la alternancia de temperaturas extremas, fueron agrandando dichas fallas verticales, hasta crear el inusual conjunto rocoso que ahora se ve.
En realidad, lo que es extraño es que se forme un complejo rocoso así, en un área tan concreta y tan bien definida. En efecto, los caprichos de la naturaleza moldearon, al borde de la enorme llanura de Tesalia, un montón de pináculos, que parece mentira que sean naturales. En ellos, se crearon cuevas y cavidades, que fueron habitadas por eremitas desde el siglo XI, pero el terreno invitaba a ir más allá, por lo que se fundó un primer monasterio en el XIV. A partir de ahí, se fundaron otros 23 cenobios, ubicados en sitios inverosímiles, en los que se buscaba el mayor aislamiento posible.
Actualmente, resisten seis de esos monasterios. En cuatro de ellos siguen viviendo monjes, y en los otros dos residen monjas. El de la foto inferior es el Monasterio de la Santísima Trinidad.
El Monasterio de Roussanou también está en un lugar imponente.
El más grande de los seis cenobios es el Monasterio del Gran Meteoro.
En la actualidad, el objetivo de los religiosos que habitan Meteora ya no es vivir retirados, sino gestionar turísticamente los edificios. Nosotros visitamos dos de los cenobios. Del Monasterio de San Esteban hablaré en un post aparte. En él, llegué a ver varias monjas. En el de Varlaam, que es más espectacular, a mi juicio, pero que me gustó menos, no coincidimos con ningún religioso, aunque nos dijo Giordani que son una decena, y que a veces están también por allí.
El Monasterio de Varlaam es un buen ejemplo de monasterio que estuvo muy aislado, pero que se habilitó en 1921 para que lo pudiera visitar cualquiera. Para ello, se horadó la roca que tiene enfrente, para construir un camino, se tendió un puente que salvaba el abismo, y, por último, se construyó una escalera.
El Monasterio de Varlaam es el segundo más grande de Meteora. Está encima de un peñasco, cuya cima se encuentra completamente edificada. En ella hay una explanada, desde la que se contemplan unas preciosas vistas.
Desde la explanada principal, se accede a una suntuosa sala, que antecede a la Iglesia de Todos los Santos.
Aparte, en Varlaam se puede ver otra pequeña capilla, una habitación donde hay un gran barril con capacidad para 12.000 litros de líquido, el lugar en el que se sitúa el rudimentario ascensor con el que antaño se subían las cosas desde abajo, así como un museo con objetos litúrgicos y con paneles, en los que se explica la historia del monasterio. Lo bueno que tuvo la visita, es que pudimos ver con sosiego todos los rincones del edificio que estaban abiertos.
Antes de hablar del Peloponeso, la mítica península en la que pasamos un día entero, quiero nombrar otro sitio, que está situado en la parte continental de Grecia. Pertenece también a la periferia denominada Grecia Central, igual que Arájova y el Yacimiento Arqueológico de Delfos, pero en vez de estar en Beocia, se ubica en una unidad periférica llamada Ftiótide. En realidad, lo que vimos en ese lugar nos pillaba de paso y fue muy puntual. Pese a esto, es un emplazamiento mítico, aunque me quedó claro que su atractivo se debe más a la épica historia que se desarrolló allí, que a su aspecto actual.
Lo que se ve en la foto no es más que un secarral, que nosotros recorrimos con una temperatura de 38º, pero en él tuvo lugar una mítica contienda, la cual mereció la pena rememorar in situ. Se trata de la Batalla de las Termópilas, acaecida en el 480 a. C. En ella, se cuenta que un ejército de unos 7.000 griegos, comandado por Leónidas, rey de Esparta, mantuvo a raya a las ingentes tropas persas, que se disponían a invadir los territorios de la Antigua Grecia. Tras una semana resistiendo, cuando la derrota ya era inminente debido a una traición, Leónidas ordenó a sus huestes que se replegasen, y permaneció en el Paso de las Termópilas, junto a sus 300 espartanos y a otros 1.000 combatientes provenientes de diversas ciudades, con el objetivo de cubrir la retirada del resto de su milicia. Como es lógico, los heroicos soldados fueron masacrados, pero ganaron tiempo y permitieron que salvaran sus vidas los varios miles que huían. Es evidente, por tanto, que los griegos salieron mal parados de la Batalla de las Termópilas, pero, a pesar de eso, la cantidad de bajas sufridas y el desarrollo de la contienda lograron minar la moral de los persas, y pusieron nervioso al rey Jerjes, que, una vez que atravesó el Paso de las Termópilas, se lanzó a por todas con cierta precipitación, y un mes después fue derrotado en la Batalla de Salamina. Al año siguiente, dos nuevas victorias griegas provocaron que Persia perdiera la Segunda Guerra Médica. En consecuencia, la Batalla de las Termópilas fue la que cambió el signo de la guerra.
El tema es que, a raíz de visitar el lugar de la gran batalla, he aprendido que hace 2.500 años el sitio de la foto era un estrecho pasillo, que he leído que no superaba los 15 metros transitables de ancho. El mismo se extendía entre las montañas y el mar. Lo que pasa es que, hoy día, la acumulación de sedimentos ha alejado el Mar Egeo más de 3 kilómetros, por lo que el efecto se ha diluido. De hecho, donde se encontraba la línea de costa, ahora está la carretera que se ve en esta instantánea.
Lo que sí sigue estando allí es la fuente de aguas termales sulfurosas que daba lugar al nombre del paso (Termopilas es una españolización moderna del término Θερμοπύλαι, que escrito con el alfabeto latino sería Thermopylai, lo cual significa "puertas calientes". Tiene sentido denominar así a una estrecha angostura, que unía el norte con la zona de Atenas y con el Peloponeso, en la que había un abundante venero de agua caliente). Por tanto, Termópilas es, en realidad, un manantial de aguas termales.
Resultó curioso, porque el agua estaba bastante caliente y apestaba a huevos podridos. Por desgracia, su entorno, aunque no se vea en la foto, estaba muy descuidado (había restos de varias casas en ruinas y también escombros).
Aparte, no muy lejos vimos el Memorial a los 700 Tespios y el Memorial a Leónidas y a los 300 Espartanos. Realmente, son estos últimos los que han pasado a la historia, pero también se recuerda en Termópilas que hubo 700 hombres, provenientes de la ciudad de Tespias, que, de igual modo, se inmolaron para defender su tierra (faltaría por honrar a unos 300 combatientes de otros lugares, que tampoco retrocedieron).
Con respecto al Peloponeso, todo el tiempo restante que le dedicamos a Grecia, al margen de Atenas, lo pasamos allí. En concreto, nos movimos por la periferia homónima, que ocupa la parte oriental de la península. Dicha periferia llamada Peloponeso, está dividida en cinco unidades periféricas. Nosotros estuvimos en Corintia y en Argólida.
Lo cierto es que el Peloponeso fue una península durante milenios, pero ya no lo es. Desde 1893, es una isla, puesto que ese año se inauguró el Canal de Corinto, que cortó por la mitad el Itsmo de Corinto, abriendo una vía de comunicación de 6.300 metros, que hizo posible no tener que bordear todo el Peloponeso para ir, por mar, desde el Golfo Sarónico al Golfo de Corinto.
Como ocurre en el resto de Grecia, el Canal de Corinto es un lugar espectacular, pero está inserto en un entorno un tanto descuidado. A nosotros, nos dejó el autobús en el aparcamiento de un bar de carretera, que estaba junto a una tienda de recuerdos. Para ver al canal, había que cruzar el aparcamiento, alcanzar una estrecha acera, que bordeaba un descampado por un lado y la carretera por el otro, y caminar hasta llegar a un puente de acero.
Al otro lado del puente, hay un pequeño espacio que rememora la construcción de Canal de Corinto, y que no ofrece gran cosa. En cambio, me impresionó ver la colosal hendidura desde arriba.
Se trata de una obra de ingeniería sensacional. Se construyó entre 1881 y 1893. Por lo visto, como tiene 21 metros de ancho y 8 de profundidad, solo puede dar servicio a barcos pequeños, lo que limita su funcionalidad, pero, aun así, es atravesado por 11.000 embarcaciones al año.
La parada junto al Canal de Corinto fue un prolegómeno magnífico, a un día en el que regresamos a los orígenes de Grecia y vimos tres soberbios yacimientos arqueológicos. El primero fue el del Santuario de Asclepio, que antaño estaba a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Epidauro. Allí, lo que destaca es el Teatro, que no solo conserva una acústica impresionante, sino que sigue en uso.
Estando yo sentado en las gradas, a media altura, Jesús tiró una moneda en mitad de la Orchestra, y pude oírla tintinear. Fue la prueba de que el Teatro de Epidauro es una maravilla de la arquitectura, construida hace más de 2.350 años.
Por suerte, cuando nosotros llegamos al Teatro aún no hacía demasiado calor, por lo que hicimos una visita bastante pormenorizada y cómoda.
Después, nos desplazamos para ver el resto del Yacimiento Arqueológico del Santuario de Asclepio, que era el dios griego de la medicina. A él, peregrinaban cada año cientos de enfermos, para tratar de curar todo tipo de dolencias. Debido a eso, en el Santuario había edificios para los pacientes, pero también los había para sus acompañantes, junto a las edificaciones para honrar a Asclepio y a otras divinidades. Entre estas, estaba incluido el Teatro, así como el Estadio de Epidauro, donde se celebraban los Juegos Ístmicos, de los que ya he hablado.
Nosotros vimos el estadio, el Katagogion (el albergue para los enfermos y sus acompañantes), los Baños de época griega, el Tholos (era un lugar sagrado) y el Abaton. Este último era el sanatorio propiamente dicho, ya que, en su stoa, los pacientes, que eran los únicos que podían entrar, dormían, a la espera de que les llegara durante el sueño la ayuda del dios sanador Asclepio.
Ni que decir tiene, que las ruinas del Santuario de Asclepio son enormes, y que no pudimos verlo entero. Sin embargo, a pesar de que empezaba a apretar el calor, pudimos patearnos parte del Yacimiento, y me quedó claro qué era aquello, y como estaba estructurado. Además, recorrimos el Museo Arqueológico del Asclepeion, donde vimos muchas de las cosas que se han encontrado en las excavaciones.
La siguiente parada del día en Peloponeso fue en el Yacimiento Arqueológico de Micenas. Para mí, esa visita fue la más interesante de la jornada. Como carta de presentación de los restos micénicos, lo primero que vimos fue la extraordinaria Tumba de Agamenón, que está situada a unos 500 metros de la puerta principal de Micenas.
Agamenón es un héroe mítico griego. Se dice que era rey de Micenas, y que tuvo un rol destacado en la Guerra de Troya, la cual inspiró La Ilíada de Homero. No se sabe si su figura es real, pero su papel es clave en el relato homérico, y en este la ficción se entremezcla con la realidad, ya que Micenas sí es cierto que ejercía una notoria preeminencia sobre las otras ciudades de la zona en el siglo XIII antes de Cristo, hasta el punto de que, aunque las demás poblaciones del entorno micénico eran independientes, el rey de Micenas era considerado el soberano de mayor relevancia de todos. Por ese motivo, Homero hizo aparecer a Agamenón en sus historias como el líder de una poderosa confederación, que se lanzó a intentar machacar Troya con mil naves. Sin embargo, no está muy claro que Agamenón existiera, y, por tanto, el mausoleo que lleva su nombre no parece que sea suyo. En verdad, se denomina así por una especie de relación transitiva, que establece que, si Agamenón fue el rey más importante de Micenas, la tumba más grande encontrada allí tiene que ser la suya. A veces, también se la llama Tumba de Atreo, lo que implicaría que sería el padre del propio Agamenón el que habría sido enterrado en el túmulo.
Sea como fuere, la impresionante tumba abovedada es uno de los grandes hitos arquitectónicos de la historia, entre otras cosas porque las piedras están superpuestas sin argamasa. Además, su estado de conservación es impecable, lo que realza su importancia.
Nosotros vimos la Tumba de Agamenón y los propios restos de Micenas con una tranquilidad destacable. Está claro que ayudó el hecho de que hicimos las visitas cuando el termómetro marcaba ya 40º. En la tumba, al menos, estuvimos resguardados, pero lo de recorrer la colina pelada donde están las ruinas micénicas, a las 15 horas, al sol, en ayunas, y con semejante temperatura, solo están dispuestos a hacerlo los muy frikis. Yo, llegado ese punto, lo soy. Si estoy en un sitio como Micenas, no me voy a ir dejándo cosas en el tintero, por mucho que haga un calor infernal. Por suerte, en mi grupo me acompañaban un buen número de personas parecidas a mí. En cambio, apenas si había por allí unos pocos chiflados más. Para mí, es un privilegio haber visto esos lugares sin gente alrededor.
El caso es que, tras ver la Tumba de Agamenón, recorrimos en el autobús el medio kilómetro que nos separaba del resto del Yacimiento Arqueológico. En este, a uno de los lados, está el edificio del Museo Arqueológico de Micenas, que fue lo primero que nosotros vimos.
En el Museo, contemplamos unas cuantas maravillas extraídas del Yacimiento, entre ellas la conocida como El Fresco. Lo que se conserva de esta pintura se encontró tal cual se expone, en un muro, y se pintó en torno al año 1.200 a. C. Sin embargo, fue en el exterior del espacio expositivo donde le echamos valor y lo dimos todo, para ver los restos de la ciudad fortificada. A esta, accedimos por su puerta principal, que es uno de los enclaves más icónicos de la historia del arte universal.
La Puerta de los Leones lleva ahí 3.250 años, como mínimo, por lo que está muy arriba en el ranquin de monumentos más antiguos de Europa. Es una pasada. Se trata de la entrada principal de la ciudadela de Micenas, cuya Muralla llegó a medir casi 1.000 metros de diámetro y 12 de altura, en algunos puntos.
Dentro de la Muralla, se estableció el eje de poder de los micénicos. Los mismos, que se habían asentado en el Peloponeso en el 1.600 antes de Cristo, eran un belicoso pueblo, que cobró preeminencia entre el 1.350 y el 1.200, imponiéndose a otro montón de ciudades-estado que poblaban los alrededores del Egeo. De sus años de mayor prosperidad, se conservan bastantes restos arqueológicos, entre los que sobresalen la mencionada Muralla y el Palacio Real. Este se encuentra en el centro de la ciudadela, coronando la colina sobre la que se extiende la misma. Desde él, se dominaba el entorno de forma clara.
Yo transité durante un buen rato por el Yacimiento Arqueológico de Micenas. La ciudad tenía 30.000 metros cuadrados, que se encuentran muy excavados, por lo que uno tiene la sensación de estar andando por sus calles, cuando se mueve entre las ruinas. Otra cosa es que los edificios estén marcados solo por sus cimientos. En mi caso, el calor era apabullante, pero no quise irme de allí sin tener una idea clara de como es aquello. Por eso, fui desde la Puerta de los Leones hasta el extremo opuesto de la Muralla, donde se conserva la Puerta Norte.
Además, también me detuve especialmente en el Palacio Real, y, como no, en el Cementerio circular de 26'5 metros de diámetro, que está a la derecha de la Puerta de los Leones. El mismo se halla delimitado por unas grandes losas verticales, y en él había varias tumbas, en las que se encontraron la mayoría de las joyas de la antigua Micenas que se conservan. Algunas son tan importantes, que ni siquiera están en el Museo del Yacimiento.
Corinto era una ciudad-estado que rivalizó con Atenas y con Esparta, durante el periodo clásico griego, por la supremacía en la Antigua Grecia. Su estratégico emplazamiento, en el Itsmo de Corinto, le permitió comerciar por el Mediterráneo, fundar colonias y crecer, en tamaño y en importancia. Ya en tiempos recientes, un terremoto se llevó la población por delante en 1858, con la cosa de que, como el mar se había retirado bastante, decidieron reconstruir la nueva ciudad más cerca de la costa, cuatro kilómetros al noreste de donde se había asentado la antigua Corinto. En consecuencia, desde entonces las ruinas han podido ser sacadas a la luz sin trabas, y, hoy día, el Yacimiento Arqueológico de la Antigua Corinto es un enorme espacio, en el que no se ha parado de trabajar.
Nosotros, como en Micenas, empezamos visitando el anexo Museo Arqueológico de la Antigua Corinto, en el que vimos restos extraídos del propio Yacimiento. Yo, al igual que en todos los museos arqueológicos que vi durante el transcurso del viaje a Grecia, ante la ingente cantidad de vestigios que se exponían, me fijé en exclusiva en unas cuantas cosas concretas, y traté de retener lo que nos contó Giordani sobre ellas. No obstante, en este caso tampoco me voy a detener en los bienes muebles corintios que vi, sino que voy a nombrar los inmuebles que me llamaron la atención en mayor medida. El Yacimiento Arqueológico de la Antigua Corinto es tremendo, por lo que tuvimos que ir a tiro hecho a ver los edificios destacados. Por supuesto, nos detuvimos en el Templo de Apolo, que es lo más icónico de las ruinas.
Luego, también recuerdo especialmente la monumental Fuente Pirene (en la primera foto que pongo abajo) y los restos de las tiendas del lado noroeste del Ágora (en la segunda).
Por último, cobró especial relevancia en nuestra visita la Bema, que era una especie de gran plataforma, la cual estaba ubicada en medio de las tiendas del sur del Ágora.
En definitiva, lo cierto es que todo lo que vimos en Grecia fue muy mítico. He hablado de un montón de sitios de una relevancia brutal, y me he tenido que dejar otros en el tintero, para no alargarme más aún. Realmente, solo con pasar unos pocos días en el país heleno, ya se genera material para escribir un buen número de artículos, tan extensos como el presente. Yo, en este casi que me voy a quedar aquí.
No obstante, no quiero acabar sin mencionar, que, como en cualquier viaje que uno hace, en este también tuvimos que comer y que dormir. Con respecto a los alojamientos, la noche que pernoctamos en Arájova, previa al día que visitamos Delfos y el Monasterio de Hosios Loukás, nos hospedamos en el Domotel Anemolia Mountain Resort, que tenía aire de hotel de montaña, y que estaba preparado para acoger, en invierno, a turistas esquiadores. Por eso, tenía una piscina cubierta y un buen gimnasio.
Por lo que respecta a la comida, sin duda una de las sorpresas más positivas de este viaje fue el nivel de los restaurantes adonde nos llevaron. Dado que éramos un grupo muy numeroso, yo me esperaba que nos iban a alimentar en plan cuartelero, y es verdad que almorzamos de menú a diario (por las noches, en los hoteles, las cenas fueron a base de bufés libres), pero lo cierto es que acertaron siempre con la cantidad y con la calidad de los platos en todos lados. En concreto, tras visitar el Yacimiento Arqueológico de Delfos comimos en Taberna Aggelos, y después de ir a Meteora hicimos lo propio en Vakhos Restaurant.
En todo caso, en los dos restaurantes comentados, el rato de la comida fue normal, pero hubo un tercero, llamado Agamemnon Palace, adonde fuimos el día que anduvimos por Peloponeso, en el que coincidimos en la sala con la celebración, no de una boda griega, pero sí de un bautizo. Fue la bomba.
Cuando uno va por ahí, siempre, en la medida de lo posible, además de visitar los lugares emblemáticos, intenta empaparse de la cultura local, alternando con la gente de a pie que hace su vida normal. En este viaje, yo temí que nos iban a llevar para acá y para allá en plan turista, y no fue así, pero tampoco tuvimos demasiadas oportunidades de fundirnos con los locals. Sin embargo, lo de compartir espacio con un bautizo fue maravilloso, porque, de repente, nos vimos coexistiendo con un puñado de griegos, que estaban inmersos en su celebración post banquete. A ellos nos les importó que nos quedáramos con la boca abierta durante un rato, viendo como se divertían, y nosotros disfrutamos de la experiencia de observar la manera en la que una familia corriente, de Mykines o de sus alrededores, organiza un evento de esas características. Lo que presenciamos allí nos resultó bastante cercano, ya que, tras los postres, lo que estaban haciendo era bailar. Eso sí, no había barra libre (igual que en España en los bautizos tradicionales) y solo sonó música griega. Algunos temas eran más modernos, y otros tenían un aire clásico, pero todas las canciones las bailaron en plan sirtaki. Se mascaba un ambiente tan bueno, que, cuando nos marchábamos, hubo un momento de hermandad y unas cuantas componentes de nuestro grupo fueron invitadas a unirse al baile, por lo que acabaron danzando con varias integrantes de la familia del bautizo. Fue genial.
Por último, tengo que decir que, a lo largo de los días que pasé en Grecia, hice un esfuerzo por probar cervezas locales, que es algo que siempre me atrae cuando voy por ahí. En el país heleno, hay muchas. Yo me tomé cinco cervezas en una semana, y las cinco fueron diferentes. Así de variada es la cosa. Para empezar, en Atenas, me pusieron una Mythos y una Alfa. Las otras tres las degusté fuera de la capital.
De izquierda a derecha y de arriba a abajo, las cervezas de las fotos se llaman Fix, Eza y Zythos Vap. Las dos primeras son bastante típicas. La tercera es una marca rara, originaria de Rodas. No puedo elegir mi predilecta. He pasado tanto calor, que todas me supieron de miedo, pero sí puedo afirmar que eran tipo lager, como las españolas más habituales, es decir, que eran de esas que entran de un trago cuando uno está sediento.
En conclusión, no he escrito un post que pueda ser leído del tirón. Sin embargo, no he querido dejarme atrás nada de lo que he contado, por lo que he optado por alargarme y redactar un texto que tendrá que ser degustado poco a poco. Para terminar, solo voy a hacer hincapié en lo de que no tenía planeado ir a Grecia inserto en un grupo, y que iba temeroso de que el viaje fuera a ser una porquería, en la que no tuviera margen de maniobra. No obstante, como dije al principio, lo vivido ha desbordado mis expectativas, porque hemos visto, con una calma razonable, y en compañía de un buen guía, un montón de cosas. Yo he acabado muy contento. Además, he podido conocer a una serie de personas muy diferentes, pero a la vez muy parecidas a mí, que han mejorado, más si cabe, la experiencia. No se si volveré a viajar con Ispavilia, o con alguna agencia similar, pero, por si acaso, los recuerdos imborrables de estos días ya me los puedo guardar para siempre.
Reto Viajero TODOS LOS PAÍSES DEL MUNDO
Visitado GRECIA.
En 1992 (primera visita), de los 44 Países del Mundo que están en Europa, % de visitados: 20'4% (hoy día 40'9%).
En 1992 (primera visita), de los 196 Países del Mundo, % de visitados: 4'6% (hoy día 9'7%).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si quieres comentar algo, estaré encantado de leerlo