En efecto, aprovechando que tenía que gastar el bono, el pasado sábado
María y yo organizamos una jornada de auténtico turismo sevillano en pareja. Es cierto que ambos somos autóctonos, pero el plan que realizamos podría haberlo hecho igual cualquier foráneo que quisiera conocer la capital de
Andalucía, porque, además de realizar la ruta de
Ispavilia, también gastamos otro bono que me habían regalado, igualmente en Navidades, para realizar un circuito termal en
Aire de Sevilla, que es el
hammam más famoso de la ciudad. Si tenemos en cuenta que no perdimos la oportunidad de tapear y que, incluso, echamos más de una hora en el
Starbucks de la
Avenida de la Constitución, rodeados de japoneses, pues se puede decir que el sábado fue el primer día, desde que escribo este blog, en el que me convertí en guiri en mi propia tierra.
Sin embargo, el fin de semana también incluyó dos actividades que estuvieron enmarcadas dentro de la cotidianidad, pero que me pusieron en contacto con otros dos lugares de
Sevilla que, aunque son menos turísticos, son toda una referencia en la ciudad: el
Auditorio Rocío Jurado y el
Parque del Alamillo.
El año pasado hablé,
en uno de los primeros post de este blog, del Proyecto LUNA. En aquella ocasión fuimos a
Sanlúcar la Mayor, a ver un espectáculo organizado en el marco de ese proyecto. Por ello, me referí a él y a ese pueblo. Este año, no solo he asistido a la gran representación del
Proyecto LUNA, sino que he vivido mucho más de cerca su puesta en marcha, porque
Ana y
Julia han participado como integrantes del coro (el
Proyecto LUNA,
que es un acrónimo de
Lenguaje Universal para Niños Artistas, es un proyecto educativo que incluye la música cantada, la práctica instrumental, la expresión corporal y las artes plásticas. Los niños y niñas que participan en él, a lo largo del curso ensayan el espectáculo, divididos por centros escolares, y luego lo representan todos juntos, uniendo las partes en un increíble puzle final).
Como digo, en 2016 asistimos a una representación parcial del espectáculo, que se hizo en
Sanlúcar,
un mes después de su estreno,
y este año, dado que el colegio de
Villanueva del Ariscal volvía a participar en el tema,
Ana y
Julia se apuntaron y han actuado, formando parte del coro de niños y niñas, que canta de manera coordinada con la música, la danza y las imágenes que se proyectan en una pantalla gigante (las imágenes son dibujos de los peques, relacionados con la historia que va contando la letra).
El caso es que la gran función fue el viernes por la noche, en el
Auditorio Rocío Jurado, lo que me permitió entrar, una vez más, en este edificio, inaugurado en 1991 (está en el recinto de lo que fue la
Expo'92).
Yo en él he asistido a bastantes conciertos, aunque el último data ya de 2012 (fue uno de
Blind Guardian y de
Judas Priest). También fui allí en 1995 a un cotillón de fin de año, de esos que son una auténtica porquería, pero que te encantan porque tienes 17 años y te lo pasas bien con tus amigos casi en cualquier sitio. Sin embargo, no había estado nunca sentado en las gradas, por lo que esta ha sido la primera vez que he estado allí cómodamente ubicado.
El espectáculo fue grandioso y muy emocionante (en esta edición se interpretó la obra
Tiempo de Paz, compuesta por
Francisco Rosado Castillo), pero lo que no me gustó fue volver a comprobar que el
Auditorio, que está muy bien como recinto, sigue siendo un edificio situado en un lugar aislado, que no tiene aparcamiento, ni un acceso lógico. El pateo que nos dimos con las niñas, casi al filo de la medianoche, hasta que conseguimos, con problemas, coger un taxi en la
Calle Torneo, fue de traca.
La otra actividad del fin de semana sevillano, que estuvo dentro de la cotidianidad, fue el domingo, y no salió bien del todo, pero nos permitió ir un rato al
Parque del Alamillo, que es un espacio que, a pesar de lo que parece, se merece una visita. Este parque se inauguró en 1993, al norte de lo que fue el recinto de la
Expo'92, y, dada su ubicación, se puede decir que es el límite noroeste de la ciudad de
Sevilla.
A mí, durante bastante tiempo este parque no me gustó demasiado, pero tengo que decir que me ha ido conquistando poco a poco y ahora me encanta. Parte de la responsabilidad de ese cambio la tienen los que lo gestionan, ya que, además de mantener el recinto muy cuidado, han sabido poner en valor lo que hay allí, y no han dejado que aquello acabe siendo pasto de los canis, que es lo que pareció durante un tiempo que iba a suceder. Dentro de lo que cabe, la crisis, que tanto daño ha hecho en múltiples ámbitos, al
Parque le vino bien, porque durante los años en los que todos vivíamos un poco por encima de nuestras posibilidades, no eran muchos los que, pudiendo ir a echar el domingo a la playa, a la sierra o al
Aljarafe, iban a tirarse en una manta al
Alamillo. En esos años, el ambiente allí era un pelín choni (los canis, por muchas razones, no se van muy lejos, y fueron los únicos que permanecieron
fieles al
Parque). Sin embargo, con la crisis todos tuvimos que cortarnos a la hora de gastar dinero los fines de semana, pero no por ello dejamos de necesitar aire, los sábados y los domingos. En esa contexto, no fuimos pocos los que descubrimos en el
Parque del Alamillo un magnífico espacio donde, sin alejarte apenas de casa, puedes disfrutar de un día de campo muy cómodo y agradable (es un sitio bien organizado, con mucha vegetación autóctona, que no es demasiado agreste, pero que tampoco está prefabricado en exceso).
El caso es que el
Parque se ha llenado de gente normal y los canis han dado un paso atrás. Eso es lo que subyace del cambio de ambiente que se ha vivido allí, pero eso no hubiera sido posible, realmente, si los que gestionan aquello no hubieran potenciado el carácter multidisciplinar del recinto: ahora, en el
Alamillo hay una magnífica zona para pasear a los perros, se organizan cursos de patinaje, se celebran pruebas deportivas y acampadas, se ha potenciado que se celebren cumpleaños (el parque aporta mesas y sillas), es un lugar donde puedes hacer reuniones familiares enormes sin molestar y sin ser molestado, se ha favorecido que toda clase de organizaciones sin ánimo de lucro celebren allí sus quedadas, se puede hacer esquí náutico, carreras de barcos teledirigidos, hay conciertos ocasionales, bicicletas de alquiler, a veces se organizan talleres para niños, se proyectan películas infantiles, se montan exposiciones,... Y todo gratis. Además, el parque tiene varias entradas con buenos aparcamientos, dos bares, amplias zonas de juegos para peques, praderas, sombra abundante,... En definitiva, vayas cuando vayas, aquello es un hervidero de gente motivada con lo que está haciendo. El ambiente me resulta muy agradable.
Por desgracia, pese a todo lo dicho, el domingo no era el día para ir al
Parque del Alamillo. Nosotros fuimos, porque el grupo scout de
Ana organizó allí una reunión de cierre de ronda, a la que estábamos invitados niños y padres (pero... ¿no nos reunimos ya a comer todos en
Mairena,
hace tres semanas, precisamente para terminar la temporada scout?). A nosotros, el asunto nos pilló un poco a trasmano, porque nos avisaron tres días antes y ya teníamos el fin de semana bastante apretado, pero, aún así, decidimos hacer un esfuerzo de integración e ir, pese a que
María y yo nos acostamos el sábado a las dos de la mañana (sin pretenderlo, luego explicaré por qué), y a que las niñas estaban durmiendo con sus abuelos. Lo que pasó fue que, a pesar de que nos levantamos a tiempo, tuvimos que ir a por las niñas y nos presentamos en el
Alamillo a las doce del mediodía, 30 minutos tarde. A esa hora, el calor ya era excesivo, y nos dimos cuenta de que aquello se iba a convertir en un infierno, el parque estaba casi desierto, porque, sinceramente, a poca gente se le ocurre ir a un sitio así, a pasar el domingo a 40º debajo de un árbol. Como la idea era que los niños y los padres hicieran cosas juntos, como patinar o montar en bici, las niñas y
María se llevaron sus patines, pero, antes de conseguir llegar al lugar donde se había colocado el grupo scout, ya estábamos todos pensando que no teníamos ninguna gana de echar allí el día. En consecuencia, nos dimos media vuelta y nos fuimos. Otra vez será.
No obstante, a estas alturas he ido ya tantas veces al
Alamillo, que puedo decir que lo conozco más que bien.
En cualquier caso, el día en el que se concentró la actividad verdaderamente turística fue el sábado. El viernes por la noche y el domingo por la mañana estuvimos en dos lugares de
Sevilla de un cierto interés, pero fue el sábado por la tarde cuando
María y yo nos exprimimos como si fuéramos dos turistas, que quieren hacer todas las cosas posibles en el poco tiempo que tienen.
La jornada sevillana, no obstante, la comenzamos con las niñas, comiendo en el
Restaurante Japonés Sushi Chaki, uno de nuestros sitios de referencia. La comida japonesa está viviendo un
boom, se encuentra inmersa en una burbuja que acabará explotando, lo que se llevará por delante a muchos de los negocios que han proliferado por doquier. El
Sushi Chaki, sin embargo, tiene bastantes papeletas para sobrevivir, porque se come muy bien en él. Nosotros vamos de vez en cuando, ya que está a dos pasos de casa de mis padres, y más cerca aún de donde vive mi hermana, pero además lo frecuentamos porque nos gusta mucho.
Este restaurante no tiene nada de turístico, porque está en
Los Remedios, que es un barrio eminentemente residencial, pero el sábado
María y yo queríamos empezar nuestra jornada compartiendo un rato con las niñas, y, por eso, antes de dejarlas a buen recaudo con la familia, decidimos darnos una vez más un homenaje en forma de
sushi.
Tras el almuerzo, y una vez que hubimos dejado a las niñas en casa de mi hermana, llegó el momento de sumergirnos de lleno en el corazón guiri de la ciudad. Nuestro primer destino fue
Aire de Sevilla, un
hammam que abrió en 2004, y que se ha asentado como un destino para turistas al que también vamos los sevillanos.
Aire de Sevilla son unos baños de estilo griego y romano, que se construyeron en una céntrica casa palacio del siglo XV. Están muy bien hechos, y en ellos se une el gustazo que supone disfrutar de un
spa, con el atractivo de hacerlo en un ambiente de lo más pintoresco.
Yo soy muy friolero, y en alguna ocasión he ido a algún
spa donde no lo he pasado bien, porque no estoy a gusto si el agua templada está demasiado fría. Por suerte, en
Aire de Sevilla comprobé que el agua de la piscina templada (el
Tepidarium), de la piscina de burbujas (el
Baño de Mil Chorros) y del
Flotarium, está a una temperatura perfecta (36º, por lo visto). Junto a la piscina templada, que es la más grande, está la caliente (que arde) y la fría (en la que hay que ser muy duro para meterse más allá de los muslos, ya que está a 16º). Tras realizar el circuito completo, la circulación se queda más que activa. Aparte, la piscina de burbujas te da un buen meneo, y en el
Flotarium da gusto hacer el muerto durante un buen rato. Para acabar, puede uno darse una vuelta por la sauna húmeda (el
Laconicum o
Baño de Vapor), donde es difícil aguantar más de dos minutos (hay tanto vapor, que al principio es complicado incluso verse la mano). A mí me gustan más las saunas secas (las finlandesas), pero en un sitio así lo que pega es una húmeda. En definitiva, la hora y media que se pega uno de piscina en piscina pasa volando. Nosotros tuvimos el acierto de ir a las 4 de la tarde, una hora a la que había menos gente. Luego, a las 5, entró el siguiente turno, que coincidió con nosotros 30 minutos (entra gente cada hora, pero se puede estar allí una hora y media). En ese último rato la cantidad de bañistas que había estuvo un poco al límite, pero, entre que nosotros ya llevábamos allí bastante tiempo, y que la gente, realmente, se comportó de un modo muy respetuoso, pues no se desvirtuó en absoluto la experiencia. No obstante, la misma no fue comparable a la de la otra vez que yo estuve allí, que fue en 2006: en aquella ocasión fui un jueves por la mañana (fue el día antes de mi boda), y entre que era laborable, y que el
hammam llevaba abierto solo dos años, estuvimos en el agua más solos que la una. Desde entonces, este ha cambiado un poco, porque en 2006 la piscina templada era casi de tamaño olímpico, pero en cambio no había piscina de burbujas. Ahora han levantado un muro y han achicado la piscina templada, pero a cambio han ganado otra piscina de un tamaño considerable. Lo que sí que no ha cambiado es lo arreglado que está todo, el sitio tiene mucho éxito entre los autóctonos y entre los foráneos porque están muy cuidados los detalles. Después de más de una hora y media, de allí sale uno de lo más relajado.
En nuestro caso, salimos a las 6 de la tarde, y hasta dos horas después no empezaba la ruta de
Ispavilia, así que, para pasar ese rato, nos metimos, primero en el
Starbucks (es una americanada, es cierto, pero en ningún otro sitio puede uno tirarse en un sofá a charlar durante una hora con un simple café), y luego en la
Fnac que está enfrente. Finalmente, el inicio de la ruta se retrasó hasta las 9 de la noche por el calor, por lo que nos sentamos en la
Cervecería Puerto Plata para hacer tiempo.
Allí cometimos el error de pedir para picar, sin mirar los precios de la carta, un plato de tomate con melva. En consecuencia, nos pusieron una ración de tomate, que si hubiera costado 7 u 8 euros me habría dejado satisfecho, pero que costó 12 (más 1'50 euros por el pan y los picos que venían
de serie), precio por el cual uno ya exige una calidad que, evidentemente, no tenía el plato. Asumí que nos habíamos sentado en una terraza, en un lugar muy turístico, está claro que errores como el de pedir, en sitios así, sin consultar antes los precios, no los cometen solo los guiris. Pese a todo, el servicio fue muy bueno (no nos metieron prisa, ni nos despacharon), y en la terraza, hay que decirlo, estuvimos muy a gusto.
Mucho más ajustado, aunque parezca mentira, estuvieron los precios en el bar donde cenamos después de la ruta de
Ispavilia. A esa hora ya era tarde, y no nos complicamos mucho, por lo que acabamos sentados en una mesa, en plena
Calle Mateos Gago. El sitio era arriesgado, dado que, como se puede comprobar en la foto de abajo, no andábamos muy lejos del epicentro turístico de
Sevilla.
Sin embargo, en el bar donde nos sentamos (
La Sacristía de Mateos Gago) nos costaron lo mismo dos cervezas y tres tapas, que el plato de tomate de la tarde (y esta vez el pan y los picos fueron gratis). En un principio, tenía pensado que fuéramos a cenar a la mítica
Bodega Santa Cruz - Las Columnas, que está en la esquina de
Mateos Gago con la
Calle Rodrigo Caro, y que es un sitio genial adonde hace tiempo que no voy, pero estaba hasta arriba y no era factible sentarse, por lo que, tras tres horas de pateo, decidimos dejarlo para otra ocasión.
Porque, en efecto, tres horas duró la actividad de
Ispavilia (de 9 a 12 de la noche), aunque se me pasó el tiempo volado. El recorrido lo guio
Jesús Pozuelo, que es el
alma mater de la empresa y que, por lo que vi, es toda una enciclopedia andante sobre
Sevilla. De hecho, la ruta dura oficialmente dos horas, pero se alargó una hora más, por las mil explicaciones que nos dio sobre todo.
De todos los
tours que oferta
Ispavilia, el de la noche del sábado se tituló
Sevilla Oculta 3. Misterios de Santa Cruz. El nombre era sugerente, desde luego.
La ruta, que comenzó en la
Puerta de Jerez y acabó en la
Plaza de Santa Marta, estaba destinada a mostrar leyendas, misterios y curiosidades relacionadas con lo que fue la antigua judería sevillana, que estaba ubicada en el actual
Barrio de Santa Cruz. Realmente, es imposible reflejar aquí todas las cosas que se dijeron a lo largo de la actividad. La misma estuvo jalonada de muchas paradas, y en todas
Jesús nos contó historias de lo más interesante. Quizás, yo me quedo con las explicaciones que estuvieron relacionadas con los lugares que llegamos a pisar, por decirlo así (salieron a relucir cosas curiosas del edificio de la actual
Diputación de Sevilla, que está ubicada en el antiguo
Cuartel de la Puerta de la Carne, o del
Hotel Alfonso XIII, por ejemplo, pero no entramos en ellos. Por contra, me resultó muy interesante escuchar,
in situ, las explicaciones relativas a la
Plaza de Santa Cruz o a la
Plaza de Santa Marta). En general, toda la parte de la visita que estuvo centrada en el
Barrio de Santa Cruz fue muy evocadora (a pesar del nombre de la ruta, durante la primera parte del recorrido, lo que hicimos fue bordear ese barrio, al que accedimos por la parte de los frondosos
Jardines de Murillo).
En el
Barrio de Santa Cruz tuvo su asiento, en la Edad Media, la abundante comunidad hebrea sevillana, y actualmente es uno de los pedazos más pintorescos de la ciudad, ya que está formado por un laberinto de estrechas calles, donde no hay apenas monumentos ni museos que visitar, pero sí un montón de rincones en los que detenerse. Nosotros solo recorrimos una parte,
Ispavilia tiene otra ruta que se centra con más detenimiento en todas las calles de la judería, pero nuestro objetivo era ver lugares relacionados con alguna historia curiosa. Uno de los que más me gustó, como he dicho, fue la
Plaza de Santa Cruz, donde hubo una iglesia, que antes había sido sinagoga, y que fue derruida por las tropas napoleónicas en 1810. Ahora, en su lugar está esa sugestiva plaza, presidida por la
Cruz de la Cerrajería, que data del siglo XVII. Me encantó hacer esta ruta por la noche, ya que el barrio destila un encanto especial en penumbra.
Antes, me habían resultado también especialmente interesante las explicaciones relativas a la
Antigua Real Fábrica de Tabacos. En este edificio tampoco entramos, pero sí lo hicimos en sus jardines. En este caso, no entrar dentro del inmueble me dio igual, porque lo tengo visto hasta la saciedad. En la actualidad, el mismo es la sede central de la
Universidad de Sevilla, y es el lugar donde yo estudié a lo largo de cinco años. Durante ese tiempo, fue mi segunda casa y tuve la oportunidad de explorarlo bien por dentro. Gracias a las explicaciones, me he enterado ahora de un montón de cosas que no sabía.
Como dije antes, la ruta acabó en la
Plaza de Santa Marta, un lugar mágico en el que, curiosamente, solo había estado una vez (es una plaza a la que solo se puede acceder a través de un estrecho callejón que, además, da unas cuantas revueltas).
La visita fue una gozada, al principio me sorprendió ver que el 99% de los asistentes eran sevillanos, pero luego he comprendido que, si bien un
tour guiado se disfruta sea donde sea, el hecho de que te cuenten cosas sobre lugares que ya conoces hace que la experiencia sea más apasionante, si cabe. Por ello, es normal que
Ispavilia atraiga a tantos autóctonos (había gente de todo tipo, además).
En definitiva, mi fin de semana de turismo sevillano fue fantástico. La mejor noticia es que tengo otro bono de
Ispavilia (el regalo era para hacer dos visitas en pareja, no una), y también otro de
Aire de Sevilla, ya que el que gastamos el pasado sábado era, realmente, un regalo de Reyes de ¡2016! Las pasadas Navidades me regalaron uno nuevo, y no vamos a tardar tanto en hacer uso de él, eso seguro...
Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado
SEVILLA.
En 1977, % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Sevilla:
14'2% (hoy día
100%).
En 1977, % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas:
0'2% (hoy día
32'2%).
Reto Viajero TESOROS DEL MUNDO
Visitado SEVILLA.
En 1977 (aún incompleto esta visita), % de Tesoros ya visitados de la España Musulmana: 10% (hoy día, estando aún esta visita incompleta, 50%).
En 1977 (aún incompleto esta visita), % de Tesoros del Mundo ya visitados: 0'1% (hoy día, estando aún esta visita incompleta, 4%).
Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado SEVILLA.
En 1977, % de Municipios ya visitados en la Provincia de Sevilla: 0'9% (hoy día 61%).
En 1977, % de Municipios de Andalucía ya visitados: 0'1% (hoy día 19'3%).