María regresó hace unos días a Cádiz, para leer el examen de oposición que hizo en diciembre. Entonces, ella se desplazó a la Tacita de Plata y puso por escrito esa prueba, pero yo no me moví de El Puerto de Santa María, que fue donde nos alojamos la noche antes. En cambio, para la lectura lo lógico era madrugar e ir desde Sevilla del tirón, así que es lo que hizo. Yo la acompañé, por lo que esta vez estuve también en Cádiz.
El trámite de leer el examen duró toda la mañana, porque los 14 opositores estaban citados a las 10'00, pero luego los fueron llamando uno a uno. Cuando María acabó, se quedó hasta que leyó el último, al filo de las 13'00 horas. Debido a eso, tuve tiempo para pasear por Cádiz, y también hice un par de interesantes visitas.
Hasta hace una década, yo fui a Cádiz con cierta frecuencia, porque mis tíos vivían allí, y porque mis padres tenían un apartamento cerca de la Playa de la Victoria. Sin embargo, la mayoría de las veces no hice verdadero turismo, sino que estuve con la familia, o bien fui a la playa por las buenas. Además, en los últimos diez años he ido menos. Esa deficiencia, a la hora de profundizar en los encantos de Cádiz, la empecé a subsanar en 2017 y en 2018, que son las dos ocasiones en las que he ido con la posibilidad de hacer visitas, desde que escribo en este blog. El otro día, de nuevo dediqué la mañana a seguir ahondando en el conocimiento de la ciudad habitada más antigua de España. No obstante, antes de pasar a hablar sobre lo que vi, me gustaría presentarla un poco, desde un punto de vista general. En los post de 2017 y 2018 no lo hice, y es muy pertinente aclarar que es el 12ª municipio más poblado de Andalucía, y que tiene una estructura muy particular.
Como se puede ver en la imagen satélite, Cádiz se halla en una península, que solo tiene salida por tierra a través de un estrecho istmo. Este une la población con la Isla de León, la cual está rodeada de agua por sus demás lados. Por ello, se puede decir, sin mentir, que Cádiz no se encuentra unida con la tierra firme de manera natural. Por otra parte, todo el suelo edificable de la capital gaditana está urbanizado. En realidad, no se ha construido en un 66'91% de su término municipal, pero ese terreno lo ocupan marismas y playas. Cádiz es, por tanto, un caso poco frecuente de ciudad que no puede crecer ni un metro, desde hace mucho. Para superar el duodécimo puesto en el ranquin andaluz de localidades con más habitantes, tendría que construir bloques de mayor altura, cosa que no es deseable.
En origen, Cádiz nació en el extremo de la península que queda más lejos del istmo, y estuvo encerrada por una muralla, que daba al mar por tres de sus cuatro lados. Por ello, era una población fácilmente defendible, lo que fue determinante para que se convirtiera en un bastión inexpugnable durante la Guerra de la Independencia Española contra los franceses, entre 1810 y 1812. Esa circunstancia propició que se promulgara allí la primera Constitución española de la historia, el 19 de marzo de 1812. En esos tiempos, tan importantes en el devenir de nuestro país, Cádiz tuvo un papel protagonista, y la ciudad no se ha desprendido de ese aura.
Con los años, las construcciones desbordaron la muralla por el flanco en el que había tierra, y, hoy día, en Cádiz ya no hay ni un metro de terreno sin construir, como he dicho. Es curioso, porque la mayoría de las localidades tienen un núcleo primigenio, y luego crecen en círculos concéntricos alrededor de él. En cambio, en Cádiz el meollo está rodeado por el mar por tres lados, por lo que los suburbios empiezan en Puertas de Tierra, y se extienden hasta llegar al istmo. En la ciudad heredera de Gadir, el contraste entre lo antiguo y lo moderno es mucho más patente que en otro sitios. Tanto, que los gaditanos llaman Cádiz al casco histórico, y se refieren a todo lo que queda fuera del perímetro fortificado como Puertas de Tierra.
Partiendo de eso, hoy voy a hablar de cómo se encuentra estructurado Cádiz. La parte nueva la dejaremos para el futuro. Cádiz está oficialmente organizada en cuatro distritos, aunque estos son más bien instrumentales. En realidad, son los barrios los que tienen nombre, y los que son identificados por la gente. Es cierto que los mismos, al no ser ya oficiales, tienen a veces unos límites un poco imprecisos, pero en 1812 se hizo el siguiente plano de la zona intramuros, y la división que se reflejó en él sigue muy presente en la cabeza de los gaditanos.
Pese a que lo que se dibujó en el mapa sigue gozando de una aceptación general, en ocasiones el barrio 7 (Falla) se incluye en el 8 (El Mentidero), y el 4 (Callejones) en el 3 (San Juan). Sin embargo, yo voy a tomar como referencia la división exacta de 1812, teniendo en cuenta, de todas maneras, que el desarrollo urbanístico la ha modificado un poco. Conforme a ella, yo estuve el otro día en los barrios denominados Candelaria, San Francisco-Mina, San Antonio, El Mentidero, Falla, Balón y La Viña. La mayoría de ellos, en realidad se distribuyen, de un modo más o menos claro, alrededor de plazas.
Yo empecé mi recorrido en el Paseo de Canalejas, que ocupa por completo el frente costero de Candelaria (número 13), el cual da a la dársena principal del Puerto de Cádiz. En el subsuelo de ese paseo ajardinado dejamos el coche, y al salir a la superficie anduvimos por él, buscando ya San Francisco-Mina (12, en el plano), que es donde se encuentra el Palacio de la Diputación o Palacio de la Aduana. María hizo el examen y lo leyó en este histórico inmueble. Como fuimos con tiempo por si surgían imprevistos, y no surgieron, tuvimos la oportunidad de parar a desayunar en un bar, que está en uno de los laterales del edificio, llamado La Esquinita de Beato. María iba nerviosa y fue un rato balsámico.
A la lectura yo no no entré, lógicamente, así que nos despedimos en la Plaza de España, que es adonde da el Palacio de la Diputación. En ella, se alza el Monumento a las Cortes de Cádiz.
Por el interés que tiene, en 2017 le dedique un post aparte a este monumento, pero esta vez solo lo voy a mencionar de pasada. Al entrar María en el Palacio de la Diputación, yo me encaminé a la Plaza de Mina, que es el punto principal del barrio San Francisco-Mina. Lo hice recorriendo la Calle Antonio López. En ella, vivieron mis tíos muchos años. Yo estuve en la casa de la foto de la derecha en un buen número de ocasiones.
Desde la Plaza de Mina, me dirigí a la Plaza de San Antonio. La misma es el eje del pequeño barrio homónimo (en el mapa, está marcado con el 11).
Desde ahí, busqué la Plaza del Mentindero.
La Plaza del Mentindero es una de las más famosas de Cádiz, y ejerce de epicentro de El Mentidero, que es uno de los cuatro barrios que atesoran la esencia de lo gaditano (los otros tres son Pópulo, Santa María y La Viña). En el plano de arriba está señalado con un 8.
El Mentidero se urbanizó a mediados del siglo XVIII, y se encuentra situado en la esquina noroeste del casco histórico Cádiz. Lo que pasa es que hay divergencias a la hora de establecer sus límites. Se puede considerar que se extiende por el entorno inmediato de la Plaza del Mentidero, tal y como aparece en el mapa que he puesto arriba, pero mucha gente considera que abarca también las calles que yo he enmarcado en los barrios de Falla y San Antonio. En este caso, la Plaza Fragela, que es la que está delante del Gran Teatro Falla, formaría parte de El Mentidero. En la versión más restrictiva, en cambio, esta plaza es el corazón de Falla (7).
Lo que sí parece claro, es que la vía que queda a la espalda del Gran Teatro Falla marca el límite norte de Balón (6). Por el sur, este vecindario linda con el barrio de La Viña (5), del que hablaré luego. En Balón, el meollo está situado en la Plaza Jesús Nazareno, que, en realidad, no pasa de ser un simple ensanchamiento de la calle.
Yo, desde la Plaza Jesús Nazareno emprendí la vuelta, regresando al barrio San Francisco-Mina, y cerrando así un recorrido poligonal por el extremo noroccidental del casco histórico de Cádiz. Sin embargo, antes de acabar en la Plaza de España, donde me reencontré con María, atravesé la Plaza de San Francisco, que está muy cerca de la Plaza de Mina.
Aparte de pasear, en mi mañana gaditana llevé a cabo dos visitas. Me quedaba echarle un ojo al mítico barrio de La Viña, pero al él volví con María un rato después.
Con respecto a las visitas, la que tenía más ganas de hacer fue un poco fiasco, pero, en cambio, la que no estaba prevista me encantó. La primera la hice al Museo de Cádiz, que se encuentra en la Plaza de Mina. Yo ya había entrado en él dos veces, la segunda en 2008, aunque no recordaba nada. Fue inaugurado en 1838, y se construyó en los terrenos desamortizados del Convento de San Francisco. Su colección se divide en tres partes. La arqueológica tiene el típico aspecto de los museos centrados en la Prehistoria.
Yo quería sacarle el jugo al museo, y dado que se encontraba dividido en salas, y que cada una estaba dedicada a un periodo histórico, creí que eso sería fácil. Sin embargo, pronto me percaté de que lo expuesto se mostraba deslavazado, de que había pocas explicaciones, y de no que no acababa de aclararme. En consecuencia, opté por centrarme en los objetos que aparecían destacados en los carteles de presentación de las diferentes épocas, que estaban a la entrada de las respectivas salas. Supuse que lo que estaba reflejado en ellos era lo más importante, y decidí fijarme en esas piezas, sin intención de ponerlas en contexto.
Lo dos primeros elementos que vi con calma fueron el Sarcófago Antropoide Masculino y el Sarcófago Antropoide Femenino, que, además de ser fenicios y de tener 26 siglos de antigüedad, son la joya de la corona del Museo de Cádiz.
Por lo demás, la mayoría de los vestigios destacados que se conservan en el museo son romanos. A mí, me llamó la atención el Tratado de Hospitalidad entre Iptuci y la Colonia Iulia Claritas Ucubi (hoy día, los restos de esas poblaciones se encuentran en Prado del Rey y en Espejo). También la Escultura de Trajano, procedente de Baelo Claudia, así como el Dibujo del Faro Romano de Gades, que está hecho en carboncillo sobre mortero, la Escultura Thorocata del Emperador, que apareció cerca de Sancti Petri, y el Sarcófago Tardorromano.
Como bonus extra, me gustaron especialmente unos cuantos dibujos, que mostraban cómo era Cádiz antaño. Sin embargo, la parte arqueológica del Museo de Cádiz me dejó un poco frío, en líneas generales. A pesar de esto, tenía mis esperanzas puestas en que la sección dedicada a las bellas artes variara mi percepción, pero, cuando me disponía a verla, me di cuenta de que la planta en la que se exponían todos los cuadros, que era la segunda, se hallaba cerrada a cal y canto, en teoría debido a unas reformas. No obstante, al subir al tercer piso por la escalera, vi que no era verdad. Las salas de las pinturas estaban a oscuras, y en ellas no había movimiento alguno. No se entiende muy bien.
En cambio, la planta superior sí se encontraba operativa. En ella, se expone la sección de etnografía del museo. La misma está centrada, casi en exclusiva, en la colección denominada Títeres del Sainete de la Tía Norica. Los títeres más antiguos datan de 1815, y constituyen una curiosa muestra de arte popular.
Yo estuve un buen rato viendo las marionetas, y también me detuve en una vitrina con entradas, tickets de representaciones y flyers auténticos de época muy pretéritas. Todo eso me resultó interesante, pero no logró quitarme la sensación de que esperaba más del Museo de Cádiz. Quizás, en el futuro pueda ver las pinturas y la cosa varíe.
Muy distinta fue la impresión que me llevé del Oratorio de la Santa Cueva, que era algo que no pensaba visitar. Entré en él, porque tenía tiempo, me encontraba cerca, y sé que es uno de los enclaves gaditanos que hay que ver. El mismo está formado por dos capillas superpuestas. La de abajo es muy austera, y acoge prácticas penitenciales.
La de arriba, en cambio, es pródiga en ornamentación y en riqueza decorativa. En ella, hay tres lienzos de Goya, nada más y nada menos. Son La Santa Cena, La Multiplicación de los Panes y los Peces, y La Parábola de la Boda del Hijo del Rey.
A diferencia del Museo de Cádiz, que es gratuito, entrar en el Oratorio de la Santa Cueva cuesta dinero, pero los 5 euros que me gasté estuvieron muy bien invertidos, porque me dieron una audioguía, en la que oí una somera explicación de lo que fui viendo y de su contexto. A veces, es mejor pagar por las visitas, y que estas estén organizadas para que se les pueda sacar el jugo.
Gracias a la audioguía, me enteré de que el Oratorio tuvo unos orígenes bien humildes, ya que la planta baja era un sótano lateral de la vecina Iglesia del Rosario, que había sido clausurado y olvidado, y que apareció a mediados del siglo XVIII, con motivo de unas obras. Cuando se redescubrió, la cripta fue convertida en una capilla subterránea, muy propicia para rezar con recogimiento. Desde 1771, el director espiritual de la congregación que se reunía en esa capilla era un religioso, llamado José Sáenz de Santamaría, que además de ser sacerdote, se convirtió en marqués poco después, al morir su padre. Sáenz de Santamaría, junto con el título, heredó una cuantiosa fortuna, que dedicó a edificar el oratorio.
La capilla originaria la reformó, pero la austeridad siguió siendo su seña de identidad. Sin embargo, compró los terrenos que tenía encima, que se encontraban al lado de la Iglesia del Rosario, y allí se explayó, gastándose un dineral para que la nueva iglesia fuera un prodigio de exuberancia. De hecho, no solo le encargó tres cuadros al mismísimo Goya en 1796, en un momento en el que el aragonés estaba a punto de ser nombrado primer pintor de cámara, lo que le iba a convertir en el artista más relevante de España, sino que también se pegó el lujazo de pedirle a Joseph Haydn, mentor de Mozart y maestro de Beethoven, que creara una pieza musical adaptada a una práctica devocional que se llevaba a cabo en el oratorio cada Viernes Santo. Haydn compuso Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, y ahora esa obra orquestal suena en el hilo musical del Oratorio de la Santa Cueva mientras se realiza la visita.
En definitiva, cuando uno va a ver un lugar, lo que quiere, precisamente, es contextualizarlo y aprender acerca de él. En el Oratorio de la Santa Cueva pude hacerlo, y por eso pasé un rato excepcional. El Museo de Cádiz, en cambio, me dio un poco de pasión de ánimo....
Pero el caso es que yo estaba en Cádiz por lo del examen de María, y era obligado que ella se pudiera pegar un pequeño homenaje al acabar. Para eso, había localizado un sitio que le apetecía, por lo que nos fuimos paseando hasta La Viña en su búsqueda. Al final, llegamos entorno a las 13'00 horas, y el restaurante en cuestión aún estaba chapado. Realmente, era pronto. Sin embargo, nosotros teníamos hambre, por lo que nos metimos en el de enfrente, que ya había abierto, aunque todavía se encontraba casi vacío. Se llamaba Restaurante Entre Castillos, y no nos arrepentimos de haber decidido comer en él.
Tras almorzar, nos dimos un paseo por La Viña, que es el vecindario más señero de Cádiz. Tanto, que se incluye en todas las listas de barrios más bonitos de España que he consultado. Se trata del antiguo barrio de los pescadores gaditanos, y se encuentra estructurado a partir de un entramado de calles estrechas y empedradas, en las que perviven los aromas del Cádiz autóctono. Esta última frase podría estar sacada de cualquier revista de viajes, y es cierto que refleja la realidad. No obstante, yo voy a ser un poco desmitificador, al afirmar que La Viña comparte su fisonomía con gran parte del centro de Cádiz, es decir, que no es tan exclusivo. Sin embargo, sí es verdad que La Viña muestra un mayor desgaste. Con ese toque, parece que se pretende preservar, en estos tiempos que corren, su tradicional aire popular. En efecto, el casco histórico de Cádiz es bastante uniforme, y se asemeja, en general, a lo que se ve en las siguientes fotos, que están tomadas en la Calle Sacramento y en la Calle Rosario, respectivamente.
En esta última instantánea se ve una casa típica, hecha de piedra ostionera. El barrio de La Viña se parece a lo que se ve en las imágenes de arriba, aunque con un puntillo más de erosión. Por lo demás, destaca por su supuesto ambiente, pero un foráneo tampoco es capaz de percibir la diferencia entre lo que se observa en la Calle de la Rosa, por poner un ejemplo, y lo que hay en las calles de otros vecindarios. Eso, parece que le quita encanto a La Viña, pero yo creo que lo que hace es sumarle valor al conjunto del casco histórico gaditano. Lo que vengo a decir, es que la esencia de Cádiz se percibe en todo su centro, no solo en los cuatro barrios notables.
Tras la comida aún nos quedaba otra visita, que es la que hicimos María y yo al Castillo de San Sebastián. Sin embargo, este pertenece a la Muralla Costera de Cádiz, y, por tanto, le voy a dedicar un post aparte. Nosotros, después de recorrer esa fortaleza con mucha calma, atravesamos de nuevo el centro hasta el Paseo de Canalejas, recuperamos nuestro coche, y pusimos rumbo a Sevilla. Ya estoy deseando volver a la Tacita de Plata, para continuar desentrañando todos sus encantos.
Reto Viajero POBLACIONES ESENCIALES DE ESPAÑA
Visitado CÁDIZ.
En 2000 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Cádiz: 35'7% (hoy día 78'6%).
En 2000 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 16'5% (hoy día 36'5%).
En 2000 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales ya visitadas en la Provincia de Cádiz: 35'7% (hoy día 78'6%).
En 2000 (primera visita consciente), % de Poblaciones Esenciales de España ya visitadas: 16'5% (hoy día 36'5%).
Reto Viajero MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA
Visitado CÁDIZ.
En 2000 (primera visita consciente), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Cádiz: 20'4% (hoy día 59'1%).
En 2000 (primera visita consciente), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 4'1% (hoy día 22'2%).
En 2000 (primera visita consciente), % de Municipios ya visitados en la Provincia de Cádiz: 20'4% (hoy día 59'1%).
En 2000 (primera visita consciente), % de Municipios de Andalucía ya visitados: 4'1% (hoy día 22'2%).
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